La vida de Lolita Torres: la niña prodigio que brilló en Argentina, cautivó a Rusia y dejó su voz flotando en el espacio

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Estadio Luna Park: repleto, luces bajas y aplausos que caían en cataratas desde cada rincón, anticipando la emoción que se viviría toda la noche. Era 1992 y Lolita Torres celebraba “50 años con el arte”. Vestida de blanco y con la sonrisa intacta, entró al escenario agradeciendo a su público, con la calidez que la había caracterizado durante toda su carrera. Fue una fiesta de la música argentina: la acompañaron Mercedes Sosa, Charly García, León Gieco, Antonio Tarragó Ros, Víctor Heredia, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Patricia Sosa y Luis Landriscina, entre otros artistas.

Habían pasado cinco décadas desde que su nombre iluminaba marquesinas, desde que sus películas colmaban los cines de los barrios y sus discos se escuchaban en cada casa. Pero allí estaba, con esa mezcla de gracia, humildad y presencia, cantando con la excelencia de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado. En 1993, su salud comenzó a deteriorarse: primero sufrió un problema cardíaco que motivó su internación, y luego se le diagnosticó fiebre reumatoidea, que derivó en una artrosis generalizada. Esos dolores la obligaron a alejarse de los escenarios y a atravesar varios ingresos hospitalarios.

Salvo un breve paso por la televisión con la telenovela familiar-musical Dale Loly (que compartió con cuatro de sus hijos y se emitió durante un mes y medio de 1993 por Canal 9), Lolita comenzó a perder protagonismo tanto en pantalla como en la escena pública. El avance de sus dolencias la mantuvo cada vez más alejada del medio. El 14 de septiembre de 2002, a los 72 años, se apagó su voz en Buenos Aires. Lolita no era solo una artista: era parte del alma argentina. Una figura querida por generaciones, por abuelas, madres e hijas que coreaban sus canciones como si fuesen propias.

Una de las escenas de

Una niña con alma de escenario

Beatriz Mariana Torres nació el 26 de marzo de 1930 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires (pero fue anotada tres días más tarde, el 29, como era costumbre en esos años). Hija del telegrafista ferroviario Pedro Torres y de María Angélica Coton, comenzó a ser “Lolita” desde pequeña: así le decían en casa. En esos primeros años, afloró en ella una increíble conexión con el arte: no se perdía los festivales escolares, cantaba coplas españolas y encantaba a todos con su voz clara y su presencia segura.

A los 8 años, luego de que les hiciera saber a sus padres que deseaba ser artista y les demostrara su talento, la anotaron en la Academia Gaeta de Baile, mientras comenzaba también clases de canto. En 1940, con apenas 10 años, ganó un concurso en Radio Splendid. La escuchó el actor español Manolo Perales, quien quedó impactado por la interpretación de la niña y convenció a sus padres para que la dejaran iniciar una carrera profesional. Poco después, ya con un permiso judicial por ser menor de edad, formó parte del elenco de la obra Maravillas de España, dirigida por Ramón Zarzoso, en el Teatro Avenida. Lolita sabía que ese era su camino.

Al poco tiempo, grabó su primer disco simple, con temas como “Te lo juro” y “El gitano Jesús”, que tuvieron una gran recepción del público que comenzaba a quererla. El trabajo ya ocupaba buena parte de sus días y no le quedó más que dejar la escuela formal y continuar sus estudios con una profesora particular. Con algo más de tiempo, comenzó a presentarse regularmente en las radios Belgrano, El Mundo y Splendid; y en teatros como El Tronío.

La consagración

Con solo 14 años, Lolita Torres debutó en el cine como actriz secundaria en La danza de la fortuna (1944), junto a Luis Sandrini. Su frescura, su voz y su carisma encantaron al público y a los directores, marcando el inicio de una carrera meteórica para ella. Apenas unos años después, la joven actriz comenzaba a consolidarse como una figura central de una nueva corriente del cine musical argentino, con aires españoles, tangos y canciones populares, pensadas para reconfortar al público en tiempos difíciles.

En 1951 le llegó su primer protagónico con Ritmo, sal y pimienta, junto a Ricardo Passano. Fue uno de sus éxitos más recordados por el público que ya la afianzaba como “reina argentina”. Luego llegaron La niña de fuego (1952), La mejor del colegio (1953), La edad del amor (1954), Un novio para Laura (1955) y Mi novia es un fantasma (1957). En esas películas solía interpretar a jóvenes soñadoras, maestras idealistas o novias románticas, siempre con un estilo alegre, sensible y profundamente humano. Era optimismo en celuloide: su figura se volvió especialmente significativa durante los años de la posguerra, cuando el país buscaba refugio emocional en el humor, la música y la ternura que sus películas ofrecían…

Durante las décadas del 50 y 60, su repertorio musical fue tan amplio como popular: cantó coplas españolas, tangos, boleros y melodías criollas. Interpretó temas como “Fumando espero”, “Zamba de mi esperanza”, “Caminito”… Y más adelante también versionó canciones de artistas como Sting, Silvio Rodríguez, Charly García y Eladia Blázquez. “El artista necesita evitar encasillamiento. Por eso decidí un día no cantar únicamente temas españoles. A esa actitud me llevó el deseo de evolucionar”, contó Lolita sobre su evolución artística.

Lolita Torres y Alberto Dalbes en

El reconocimiento internacional llegó desde un lugar inesperado. En plena Guerra Fría, el gobierno soviético adquirió varias de sus películas, y Lolita se convirtió en un fenómeno popular en la URSS. En 1963, fue invitada a participar del III Festival de Cine de Moscú, donde fue ovacionada por miles de personas que anhelaban verla. Su película Cuarenta años de novios fue proyectada diez veces en distintas salas (incluso en el Palacio del Kremlin, ante 7.000 espectadores). “Eso tuvo mucha repercusión, al punto de que me pidieron la letra del tango Caminito para traducirla al ruso. Luego de esa exhibición, tuve que saludar al público desde un balcón. Por lo bajo le dije a mi esposo: ‘Mirá, parezco Perón saludando en Plaza de Mayo’”, recordó esa experiencia.

Además de su éxito en la URSS —donde su película La edad del amor fue vista por un millón de personas—, se presentó en Estados Unidos, Canadá, Cuba y Sudáfrica. A nivel local, su carrera siguió expandiéndose durante los años 60 y 70. En televisión protagonizó ciclos como La hermana San Sulpicio, Dos gotas de agua, Señorita Medianoche y Gorrión. En teatro encabezó comedias musicales como Ladroncito de mi alma y Petit Café. En sus últimos años en escena, solía presentarse con Ariel Ramírez y el pianista Oscar Cardozo Ocampo, ya con un repertorio centrado principalmente en el tango, uno de sus géneros preferidos.

En la película Cuarenta años de novios (1963), de Enrique Carreras, desplegó un costado más dramático que marcó uno de los momentos más altos de su carrera cinematográfica. Durante tres décadas, Lolita construyó una figura entrañable, admirada por el público y respetada por sus colegas. Aunque era una estrella internacional, Lolita siempre pareció cercana. Esa dualidad la consagró como única para su publico.

El cosmonauta soviético le pidió un autógrafo a Loliya; ella también le pidió una foto autografiada. Se conocieron años después en el Festival Internacional de Cine de Moscú

Los últimos años

Durante los años 70 y 80, Lolita se alejó progresivamente de los escenarios, sin dejar de lado la música. Se dedicó a su familia —tuvo cinco hijos— y realizó algunas presentaciones especiales, homenajes y shows selectos. En 1992 fue cuando celebró sus cinco décadas en el arte con aquel inolvidable espectáculo en el Luna Park, rodeada de colegas y admiradores, que homenajearon su carrera. Esa fue su última gran aparición pública, y una despedida en vida llena de gratitud a quienes no dejaron de aclamarle su amor.

Lolita se casó dos veces. Con el productor Julio Caccia compartió gran parte de su vida y proyectos profesionales. Tuvo cinco hijos, entre ellos el cantante y actor Diego Torres, y Marcelo Caccia. Fueron quienes más la acompañaron en diferentes etapas de su carrera. En 1993, por ejemplo, condujo junto a cuatro de sus hijos el ciclo Dale, Loly, mostrando la unión familiar y su faceta más cercana y maternal.

Los años 90 trajeron problemas de salud: artrosis, enfermedades respiratorias, dificultades cardíacas. Aun así, su espíritu se mantenía fuerte. Fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires poco antes de su fallecimiento, en agosto de 2002.

Lolita, emocionada, abraza a su público (captura)

El 14 de septiembre de 2002, tras una internación en el Hospital Español, falleció a los 72 años. Sus restos descansan en el Cementerio de la Chacarita. El país la despidió con respeto y afecto, como merecía la artista que se convirtió en leyenda.

Y, como toda leyenda, su historia tiene un capítulo inolvidable: según contó la propia Lolita, durante una visita a Moscú, el cosmonauta Yuri Gagarin (el primer hombre en viajar al espacio) le confesó haber cantado una de sus canciones mientras probaba las comunicaciones durante su misión, en 1961. “La primera música que llegó al espacio es la que llevé en mi mente y en mi corazón. Es decir, su voz”, le contó. Esa frase resume lo que significó Lolita Torres para muchos: una voz que atravesó fronteras, generaciones… y hasta galaxias.

Humilde, Lolita le respondió: “No lo podía creer y hasta sentí algo de pudor, por provenir de un héroe a nivel mundial. Se lo dije a vuelta de correo y le pedí que, a su vez, me mandara una foto suya. Me contestó algo que nunca olvidé: ‘No soy ningún héroe. Soy sólo su admirador número uno’”. Desde niña fue una presencia luminosa en la vida de millones que esperaban cada una de sus películas para volver a escucharla cantar.