Vivía en un caño de desagüe con su perro y cuidaba la ciudad de Trulalá: el origen de Hijitus, el primer superhéroe argentino

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Hijitus con su sombrero característico, y el niño super héroe

En los comienzos de la década del sesenta del siglo pasado aún se vivían las mieles de la época de oro que vivió la historieta argentina, donde el tiraje se medía en miles y miles de ejemplares, la mayoría de ellos producidos en el país. Fue a partir de los treinta cuando las historias de aventuras contadas cuadro por cuadro vivieron un verdadero fervor popular.

El staff creativo de los que la producían era numeroso, conformado por dibujantes, guionistas, diseñadores, correctores, fotógrafos y armadores.

El precursor de la publicación de historietas en nuestro país fue la revista Caras y Caretas, que había sido fundada el 8 de octubre de 1898. Primero fue Viruta y Chicharrón, una tira producida en Estados Unidos adaptada con una mirada argentina, y pegado salió Don Goyo Sarrasqueta y Obes, ideada y escrita por Manuel Redondo, a partir de 1913. Solía aparecer escrito en tercera persona y enfrentaba diversas situaciones.

Manuel García Ferré, el español radicado en Argentina desde muy joven, junto a algunos de sus personajes emblemáticos

En nuestro país, las historietas comenzaron primero a publicarse en revistas y luego en diarios. El pionero fue La Nación, al que le llovieron infinidad de críticas, ya que para algunos de sus lectores este material desmerecía la seriedad del diario. El que explotó la cuestión fue Natalio Botana, director de Crítica, fanático de las historietas, quien les dio un amplio espacio.

Fueron muchos los talentos cuyos trabajos poblaron las páginas de diarios y revistas. Uno de ellos fue el español Manuel García Ferré, que había nacido en Almería el 8 de octubre de 1929. De familia republicana, en tiempos en que el país estaba enfrentado a muerte, decidió emigrar, y a partir de 1947 vivió en nuestro país.

Caso curioso el suyo. Confesó que, antes de crear sus entrañables personajes, casi no había leído historietas, que sus historias y personajes nacerían de sus recuerdos de su infancia y de la fantasía de su mente. Sí era un ávido lector de biografías de personalidades mundiales.

En las Aventuras de Pi-Pío, publicada en Billiken, Hijitus era un personaje secundario

En su España natal había descubierto la técnica del grabado en libros que encontró en la biblioteca del colegio donde cursaba el bachillerato y quedó maravillado.

Con la familia radicada en Argentina, se anotó en la Facultad de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, la que abandonó después de tres años de estudio. A la par, trabajaba en una agencia de publicidad y, en los tiempos libres, iba de redacción en redacción mostrando sus trabajos. No había estudiado dibujo en ningún lado y su formación fue autodidacta.

Fue clave su encuentro con Constancio Cecilio Vigil, un periodista y empresario uruguayo radicado en nuestro país, que en 1918 había fundado Editorial Atlántida. Autor de más de un centenar de libros infantiles, el 17 de noviembre de 1919 fundó la revista Billiken. Vendrían más títulos, todos exitosos, como El Gráfico y Para Ti, y la lista sigue. Se llevaban muchos años de diferencia, pero se hicieron amigos.

La primera historieta de García Ferré se llamó “Pi-Pío” y salió en Billiken durante seis años. El protagonista era un pollito linyera que vestía de cowboy e imponía el orden en Villa Leoncia. En esa tira aparecía como un personaje secundario, que luego tomaría vuelo propio, un niño llamado Hijitus, buscando a su padre Papitus. Entonces lucía un sombrero similar a un hongo.

Super Hijitus en acción. Protagonizaba historias sencillas que siempre tenían un final feliz

Los personajes crecieron, se hicieron muy populares y García Ferré decidió tomar su camino. El 8 de octubre de 1964 fundó la revista Anteojito, publicación que a fines de esa década y comienzos de la del setenta vendería 400 mil ejemplares y sería el tradicional competidor de Billiken.

Cuando comenzó a aparecer en esta publicación, Hijitus ya usaba su galera rotosa característica, esa que era increíblemente mágica. Era el equivalente de la varita de las hadas, explicaría su creador años más tarde.

El chico era pobre y vivía en un caño gigante en las afueras del pueblo de Trulalá, junto a su perro Pichichus. El uso reiterado de la terminación “us” en los nombres de sus personajes venía de la aversión al latín de García Ferré y de lo que le había costado aprenderlo en la escuela. Prometió que llegaría el momento en que, de algún modo, se vengaría, y así lo hizo.

Hijitus era la personificación de la simpleza y de la sensatez, y el reflejo del niño que García Ferré llevaba dentro. Cuando salía de su sombrero transformado, era indestructible: volaba, tenía una fuerza descomunal y era, prácticamente, invulnerable. Vestía un traje azul claro, con capa.

Atento, serio, responsable y sensato. Así resolvía los problemas que requerían de su atención

El villano era el profesor Neurus, y una de sus motivaciones era el de hacerse de ese sombrero mágico, ya que cuando debía resolver una situación complicada, Hijitus se metía dentro y luego de decir “sombrero, sombrerito, conviérteme en super hijitus”, salía transformado en un superhéroe con superpoderes. “Fu, fu, y chuchu, chucu, chucu”, era otra de sus expresiones características.

Los niños sabían de su bondad y expectantes, esperaban ver cómo resolvería el problema, generado por maldades de Neurus y los suyos, entre los que se encontraba su fieles colaboradores Pucho y Serrucho. Luego de su transformación en Super Hijitus, con la hélice sobre la cabeza, el final era irremediablemente justo y feliz.

La historieta incluía una galería de personajes entrañables. Como Larguirucho, que empezó más asociado a Neurus pero que con el correr de los episodios, pasó del lado de los buenos, porque, en definitiva, era un flaco inocente.

Estaba Oaky, el eterno bebé que vivía fajado porque en esos tiempos no existían los pañales descartables y caminaba como si fuera un gusano. Lo insólito era que cuando se enojaba, sacaba de sus ropas dos revólveres y empezaba a los tiros. Era hijo de Gold Silver, el hombre más rico del pueblo, y contaba con un mayordomo, de apellido Gutiérrez.

La ley estaba representada por el comisario, de marcado acento correntino, que siempre tenía un mate en la mano. García Ferré definió a Larguirucho y al comisario como los dos personajes más argentinos de la tira. Como siempre le pareció simpática la forma de hablar de los correntinos, el comisario tenía esa tonada; lo mismo que Pucho, que quiso que hablase al estilo de Carlos Gardel.

En los argumentos, le escapaba a la violencia, a la que había vivido en carne propia en su infancia en España en medio de la guerra civil, con las privaciones típicas de un hogar humilde. De niño, como no le podían comprar juguetes, él se los hacía.

En la revista Anteojito, García Ferré dio rienda suelta a los personajes de historieta de su creación

En 1967 el éxito llegó a la televisión, donde se emitía por Canal 13, gracias al impulso que le dio el cubano Goar Mestre, el fundador y director de la señal. Fue la primera serie televisiva de dibujos animados en el país y se cuenta que la que tuvo más repercusión en América Latina.

Goar Mestre le dijo que, a pesar de en ese tiempo la televisión era en blanco y negro, hiciese la tira en color, porque estaba seguro de que un día éste llegaría. La tira estuvo hasta 1974.

Tenía su estudio en un décimo piso del Edificio Apolo, sobre la avenida Corrientes. Con el tiempo había armado dos equipos: uno se dedicaba a la producción de las tiras gráficas y el otro, más experimentado, trabajaba en los dibujos animados.

Era una persona obsesiva y detallista, que cuando algo no lo convencía, lo enviaba a rehacer. La prueba de calidad era que si el equipo no se divertía con la historia o con la situación que recreaban, la desechaban.

En 2009 García Ferré fue nombrado ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires. Falleció el 28 de marzo de 2013, llevándose en su corazón esos queridos personajes, tan buenos como simpáticos, que acompañaron a generaciones en sus infancias. Seguramente, es su caso. Y el mío también.