Se mudó a una casa de campo que estuvo 25 años abandonada y las imágenes del “antes y después” son furor en redes

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La aventura de Yiyi Martínez Pita y su familia comenzó en diciembre de 2023, cuando dejaron atrás su prolija casa de 80 metros cuadrados en un barrio de Benavidez, partido de Tigre, para mudarse a una casa de campo en General Alvarado que había permanecido cerrada durante 25 años.

“Fue un desafío monumental. Se caían las paredes, había telarañas, nidos de abejas en las ventanas y muchísima humedad por el encierro”, cuenta Yiyi. Lejos de desanimarse, vio el potencial y se propuso una meta: devolverle la vida a ese lugar, pero a su propio ritmo y, sobre todo, haciéndolo ellos mismos.

Yiyi y su marido, Fernando Mendonca, ya venía con experiencia. Cuando recibieron su primera casa “llave en mano”, en 2020, se encontraron con un “lienzo en blanco” que despertó en ella una pasión desconocida por la decoración. Fue en ese preciso momento que decidió abrir su cuenta de Instagram @inspirandohogares para documentar el proceso.

Durante los siguientes tres años, sus seguidores fueron testigos de cómo transformaba cada espacio desde cero, compartiendo un estilo accesible y demostrando que no se necesitan grandes lujos para crear un hogar con alma. Esta etapa fue fundamental, ya que sentó las bases de una comunidad que hoy tiene más de 550 mil seguidores (entre Instagram, Tik Tok y YouTube) y la acompaña en su nueva aventura en el campo.

Fiel a la filosofía del “hacelo vos mismo” que los caracteriza, el matrimonio se encargó personalmente de la pintura y la aplicación de revestimientos, entre otras tareas, dejando su huella en cada rincón de la estancia. Arrancaron con historias y reels mostrando el “paso a paso” de cada trabajo, y rápidamente entendieron que lo que más le gustaba a la gente era “el antes y el después” de cada ambiente.

Lo más curioso de todo es que, contrario a lo que cualquiera hubiera hecho, Yiyi optó primero por decorar la estancia antes poner manos a la obra en la refacción. “Yo te colgaba un cuadro, pero atrás tenía la rajadura en la pared. Sabía que nos iba a llevar tiempo y no quería vivir un año y medio con todo feo. Quería vivirla linda igual”, explicó.

Esa manera particular de “vivir la casa” se convirtió en el sello de su cuenta de Instagram, donde sus seguidores fueron testigos de una transformación que valora el proceso tanto como el resultado.

El primer ambiente que atacaron fue el living-comedor, el corazón de la casa y el lugar de reunión familiar. Las paredes, afectadas por el verdín y la humedad del encierro, fueron el principal obstáculo. Aunque todavía siguen trabajando en él, el cambio es notable. “Donde antes había un espacio oscuro y descuidado, hoy hay un ambiente cálido y acogedor que, aunque conserva las marcas del tiempo en sus pisos originales y algunas fisuras, ya respira hogar”, detalló Yiyi.

Antes de encender la chimenea, le hicieron un “lavado de cara” a la chimenea pintando de blanco los ladrillos a la vista. Luego, sumaron salamandras distribuidas estratégicamente por la casa para combatir el crudo frío del campo.

Yiyi y Fernando tienen 4 hijos. Eugenio (9), Romeo (7) y Jaime (5) comparten una habitación espaciosa que meses atrás era inhabitable. Con paciencia, revocaron, lijaron y pintaron, transformando el espacio en un refugio para sus hijos. “A pesar de que veníamos de una casa nueva e impecable, ellos nunca se quejaron. Al contrario, se entusiasmaban y nos ayudaban”, recordó orgullosa. Sarita (2), la más pequeña, tiene su propio cuarto, que también está en pleno proceso de renovación

Pero quizás la transformación más impactante fue la del “bañito del terror”, como apodaron al baño de servicio. “Los chicos no siquiera se animaban a entrar”, comentó Yiyi. Sin cambiar un solo sanitario, solo con pintura y decoración, lograron un cambio radical.

La bacha, el inodoro y la bañera originales, cubiertos por una gruesa capa de sarro producto del salitre de la zona, fueron recuperados a mano. “Fueron días de trabajo, de rasquetear nosotros con un ácido, y fue impresionante, quedaron como nuevos”, relató.

El lavadero, ubicado a 70 metros de la casa y a la intemperie, también recibió su cuota de cariño. “Aunque estructuralmente falta mucho, el revoque de las paredas y la decoración inicial ya le cambió la impronta”, admitió Yiyi.

La cocina, por su parte, espera su turno. Si bien es funcional y los muebles de madera maciza están en buen estado, necesita pintura y algunos arreglos. Yiyi decidió dejarla para el final, ya que “se vive bien” así como está.

La restauración de la casa es un verdadero trabajo en equipo. Mientras que ella se volvió experta del enduído, el lijado y la pintura de las paredes y aberturas; él es quien se encarga de las tareas más pesadas, como el revoque y la albañilería, con la ayuda de Guillermo, un albañil de la zona. También construyó muebles, reparó los cercos y se encargó del armado del fogonero.

La pareja asegura que este esfuerzo compartido es una lección invaluable para sus hijos: “Ellos ven esa cultura de trabajo, de esfuerzo. Si algún día tenemos que hacer un gallinero, probablemente los chicos también lo hagan. Estamos en un mundo donde todo es inmediato, y para mí esto de hacerlo tranquilos, con paciencia, se valora y después se disfruta diez mil veces más”.

El exterior es el gran proyecto a futuro. Pintar toda la casa, reparar las grietas y levantar los pisos de la galería son tareas que requerirán un enorme esfuerzo. “Si tengo que contar todo lo que aún falta afuera, yo creo que recién hicimos un 40% de la casa”, ponderó.

Una vida de ciudad, el llamado del campo y una pérdida dolorosa

La historia de Yiyi no siempre estuvo ligada al campo. Nacida y criada entre Miramar y Mar del Plata, en 2005 se mudó a Buenos Aires para estudiar veterinaria, carrera que finalmente no terminó. Fue en 2008 cuando conoció a Fernando, preparador físico y amigo de su hermano. Se enamoraron, se casaron y se instalaron en Tigre, en una casa de un plan de viviendas que esperaron siete años para habitar. Pero la idea de mudarse al campo siempre estuvo latente.

Yiyi y Fernando viven en una casa de campo de General Alvarado desde hace 1 año y 9 mese

En ese entonces, Fernando viajaba mucho por trabajo. Era preparador físico de Los Pumas y Jaguares, y eso postergaba la decisión. El punto de inflexión llegó cuando la familia creció y la casa de Tigre, con solo dos cuartos, empezó a quedar chica para seis personas. A eso se sumó el agobio económico: los costos de los colegios en Zona Norte y una logística diaria cada vez más compleja.

La decisión también fue impulsada por la edad de sus hijos. “Dijimos: ‘Es ahora o nunca’. No queríamos que siguieran pasando los años. Tenían ocho, cinco, tres y siete meses. Si veníamos con chicos adolescentes iba a ser imposible”, reflexionó.

La pareja tiene 4 hijos: Eugenio (9), Romeo (7), Jaime (5) y Sara (2)

Yiyi cuenta que la vida en ese entorno rural les regaló una crianza diferente, más conectada con la naturaleza y lejos de las pantallas. Ver a sus hijos jugar al aire libre, sin celulares, es una de las cosas que más cautiva a sus seguidores. Esta “crianza sana” es el pilar del cambio de vida que buscaron.

En medio de esta nueva etapa, la familia sufrió una pérdida muy dolorosa: la muerte de Nicolino, su perro labrador de 10 años. “Fue mi primer hijo. A nosotros nos costó tres años y medio tener nuestro primer bebé, y mi marido me lo regaló justo cuando quedé embarazada. Fue el iniciador de la familia”, contó Yiyi con emoción.

La muerte de su labrador Nicolino fue uno de los momentos más dolorosos que atravesaron tras la mudanza al campo

El fallecimiento de la mascota ocurrió de forma repentina mientras ella estaba de viaje celebrando su cumpleaños número 40 junto a unas amigas en Río de Janeiro. Fernando se quedó solo con los cuatro chicos y tuvo que hacer frente a la situación. “No me preguntés por qué, pero supe que no la pasaba. Sufrí tanto que me parece que hasta preservó eso, que no me vean los chicos cómo estuve, porque fue feo”, confesó.

Para Yiyi, no fue casualidad que ella no estuviera presente: “Ellos eligen en qué momento, y para mí él eligió el mejor momento para que yo no sufriera tanto esa pérdida”.

El matrimonio asegura que pudieron concretaron su sueño porque los chicos aún son pequeños.

Hoy, mientras las paredes de su cuarto finalmente están siendo pintadas después de un año y nueve meses, Yiyi Martínez Pita mira hacia atrás sin arrepentirse. Aunque extraña la perfección de su casa de Tigre, la balanza sigue siendo positiva. La calidad de vida, el contacto con la naturaleza y las lecciones que les están dando a sus hijos superan con creces el esfuerzo físico y emocional.

Su historia es un testimonio de que, a veces, para construir el hogar de tus sueños, primero hay que animarse a habitar el caos.