El “Bocha” Ponce recordó a Miguel Ángel Russo: “Me ayudó mucho en mis comienzos, le estaré agradecido de por vida”

0
15

El

José Daniel Ponce es uno de aquellos futbolistas que conoció a Miguel Ángel Russo dentro y fuera de un campo de juego. No llegaron a ser amigos, pero tuvieron una muy buena relación, basada en el respeto y la confianza. “Creo que podríamos haber sido más amigos. Quizá no se dio por cuestiones de edad. Pero me quedó con que Miguel me ayudó mucho en mis comienzos y se lo dije en su momento. Y siempre le estaré agradecido de por vida, porque crecí mucho como jugador y como persona”, resalta el oriundo de Mendoza.

El Bocha Ponce integró aquel equipo histórico de Estudiantes de La Plata que se consagró campeón del Metropolitano de la mano de Carlos Bilardo, en febrero de 1983. Juan Delmenico; Julián Camino, José Luis Brown, Ángel Landucci y Abel Herrera; Ponce, Russo y Alejandro Sabella; Guillermo Trama, Marcelo Trobbiani y Hugo Gottardi fue el once que superó 2-0 a Talleres en Córdoba en la última fecha.

“Previo a los partidos, las charlas de Bilardo duraban mucho tiempo. Te dormías unos 40 minutos, quedabas anestesiado y un poco loco. Y de repente, estábamos corriendo hacia la cancha y Russo siempre decía ‘Carlos, una preguntita. Si el jugador este se va para allá, ¿hay que seguirlo o no?’. Entonces, había otros 40 minutos más de charla y nosotros nos queríamos matar. Miguel quería aprender, por eso preguntaba. Era muy inquieto”, recuerda el Bocha Ponce, en dialogo con Infobae.

La historia de amor de Russo y Estudiantes comenzó en 1975, cuando el nacido en Lanús llegó recomendado por un buscador de talentos, Pascual Ortuondo, que lo vio en un club del Interior. Con la casaca del Pincha, Miguelo debutó en noviembre de ese año, en el empate frente a San Martín de Tucumán por el Campeonato Nacional, bajo la órbita de Bilardo. A partir de ese día, construyó una carrera de 14 temporadas en el mismo club, con 422 partidos en el lomo y se transformó en una pieza clave como volante central. “Miguel era el corazón de la mitad de cancha”, revela su ex compañero.

El Bocha y Russo compartieron vestuario durante dos periodos en Estudiantes de La Plata. Primero entre 1980 y 1984, y luego en la temporada 85, antes de que Ponce se vaya a jugar al Junior de Barranquilla, de Colombia. “Como compañero, en su momento conmigo se portó muy bien, me aconsejaba bastante”, remarca el ex mediocampista. Luego, cada uno hizo su camino y se volvieron a reencontrar hace tres décadas, cuando Miguel dirigía a la U de Chile y Ponce jugaba en Coquimbo en el cierre de su carrera.

“Me acuerdo de que me acerqué al banco y le dije: ‘¿Qué hacés boludo?, me venís a poner hombre a hombre’, porque me puso a un pendejo a marcarme por toda la cancha”, recuerda con una sonrisa, el Bocha Ponce.

En 1988, Russo colgó los botines para ponerse el buzo de entrenador. Y armó una carrera soñada, dirigiendo a equipos importantes como Boca, San Lorenzo, Racing, Lanús, Vélez, Alianza Lima de Perú, Millonarios de Colombia, entre otros. “En su momento preguntaba mucho y se perfilaba que iba a dedicarse a la dirección técnica”, sentencia el ex futbolista de 63 años.

Miguel Russo, Alejandro Sabella, el

– ¿Cómo te cayó la noticia de la muerte de Russo?

– Estoy triste. Fue una sorpresa, pero se veía venir. Lo veía por televisión y lo notaba muy flaquito. Le estaba dando pelea a la enfermedad.

– ¿Tenías comunicación con él?

– No, nos vimos por última vez para la inauguración del estadio Uno de Estudiantes de La Plata. Yo vengo de 30 años de haber estado en Chile. Él estuvo en Colombia de aquí para allá con Millonarios. Entonces, solo lo veía por televisión.

– ¿No tenían un grupo de WhatsApp con los campeones de estudiantes?

– El grupo de WhatsApp de Estudiantes lo armamos hace dos años y él no lo integraba. Nunca tuve su teléfono. La última vez que nos hablamos fue en Chile, cuando me tocó a jugar contra él en 1995 que era el entrenador de la U de Chile y yo jugaba en Coquimbo.

– Pasaron 30 años…

– Sí. Me acuerdo de que me acerqué al banco durante el encuentro entre la U de Chile y Coquimbo y le dije: “¿Qué hacés boludo?, me venís a poner hombre a hombre”, porque me puso a un pendejo a marcarme por toda la cancha. Y me responde “¿qué querés boludo, si te dejo sólo, me pintas la cara”. El que me marcaba era un soldado, me seguía a todos lados y no me dejaba jugar.

– Te conocía de Estudiantes, sabía lo que podías dar…

– Sí, encima yo estaba cursando mis últimos años de carrera, pero me sentía bien. Tenía 33 años y el equipo andaba bien. Después, a la salida nos volvimos a ver. Él siempre estuvo acompañado de periodistas y colaboradores. A mi mucho no me gusta ese lio, porque el periodista es periodista, el jugador es jugador y el técnico es técnico, no hay que mezclar. Yo no tranzo en esas cosas. Miguel siempre se manejó bien con la prensa, con todo el mundo. Como compañero, en su momento conmigo se portó muy bien, me aconsejaba bastante. Él como Patricio Hernández, el Tata Brown, Juan Ramon Verón, los referentes del plantel de Estudiantes de 1982. Ellos nos cobijaron y nos hicieron participar entrando en el plantel. Y después empezamos a crecer, a compartir momentos que fueron difíciles en 1980, 1981. Pusieron los huevos que tuvieron que poner y salieron adelante, zafamos del descenso, hasta que en 1982 llega Carlos Bilardo y cambia todo. Trabajamos mucho, fuimos muy disciplinados, y finalmente, dio sus frutos.

– ¿Cuál es tu primer recuerdo de Russo en ese Estudiantes campeón de 1982, 1983?

– Los consejos que te daba durante la concentración. Cuando empezás a concentrar, te ponen con los referentes para que aprendas a manejarte. Me acuerdo de que mi primera concentración me tocó estar con ellos. Al otro día, jugábamos. Entonces, esa noche me agarra Hernández y me dice “no te vayas a dormir, anda y despertá a tu mejor amigo Julián Camino para jugar al ping pong”. Le respondí “no, ¿estás loco vos?”. Me respondió: “¿Cómo me dijiste? Anda”. Y tuve que ir a despertarlo a Julián.

El

-Ustedes hacían lo que los mayores ordenaban, ¿no?

– Sí, por respeto. Entonces, fui a despertar a Julián y le dije “vení, boludo, vamos a jugar al ping pong, que estos boludos quieren que vayamos. El Tata te está llamando a vos, y Patricio a mí”. Al final, le ganamos al ping pong e inmediatamente, Hernández agarró la paleta y la tiró contra la red y voló a la mierda todo. Upa, upa. Y luego, Hernández me mira y me dice “¿de qué te reís?”. Me amagaba con que me iba a tirar la paleta, y teníamos una casaca roja de Estudiantes puesta.

– ¿Russo era un poco más serio?

– Sí. Un día, estábamos con Estudiantes en la cancha de All Boys. Teníamos que no perder para zafar del descenso. Era empatar o ganar. Estábamos por entrar a la cancha en el túnel, y yo presencié un juramento, una charla ahí adentro. Russo dijo “hoy no perdemos. Vamos, vamos hoy eh, vamos a meterle con todo”. Así era Russo, efusivo para dar una charla técnica. Tantas cosas se prometieron ahí, que parecía que íbamos a la guerra. Y yo comiendo chicle y con un par de zapatos en la mano. Después, Hernández me agarra y me dice “si entrás por mí y hay un córner, ¿dónde tenes que estar parado?”. Yo no tenía ni idea dónde tenía que estar parado.

– ¿Qué le respondiste?

– Nada, me quedé callado. Entonces, me dice “pendejo de mierda, por tu culpa vamos a perder el partido”. Ahí fue que me cayó la teja y pensé “mierda, ¿dónde estoy metido?”. Luego de eso, empecé a prestar atención. Entonces, si yo entraba por Hernández, tenía que hacer las funciones que él hacía. Ir al lugar donde iba la pelota, fijarme quien pateaba, y de qué manera. Pero yo quería jugar a la pelota y gambetear. Entonces, ellos son los que a nosotros nos han marcado lo que es Estudiantes, además del respeto a los rivales, la disciplina, el profesionalismo, el respeto de compañeros, el jugar y vestir esa camiseta. Esa escuela, la recibieron de los chicos del 78. Después, pasó con los chicos del 82 y en su momento, nosotros también tratamos de ayudar a los más chicos. Hoy en día, yo estoy acá en La Plata, y viene gente a probarse Estudiantes y le ofrezco que vengan a mi casa a vivir.

– ¿Qué rol cumplía Russo en ese equipo campeón de Estudiantes?

– Miguel estaba dentro. Eran como 5, 6, 7 que estaban ahí, y la estaban peleando, y conversaban mucho con nosotros, hablaban. Yo no me acercaba porque tampoco me quería meter mucho. Pero tenía que tocar de oído, estar ahí pendiente, porque vos te vas arrimando al fogón de a poquito, hasta que los grandes te dejan entrar. Te vas ganando el respeto. Cuando te piden un favor, tenías que hacerlo. Pero fueron siempre muy generosos, Patricio Hernández, Abel Herrera, el mismo Miguel en su momento. Estuvieron muy pendientes, muy pendientes de todos. Juan Verón no fue nunca de hablar mucho, pero siempre te preguntaba “¿cómo estás?”. Uno le respondida “bien, muy bien”.

– ¿Ya se veía un Miguel Russo que iba a ser entrenador?

– No sé, pero en su momento preguntaba mucho. De repente, las charlas de Bilardo duraban mucho tiempo. Te dormías unos 40 minutos, quedabas anestesiado y loco. Y de repente, estábamos corriendo hacia la cancha y Russo le decía “Carlos, una preguntita. Si el jugador este se va para allá, ¿hay que seguirlo o no?”. Entonces, luego otros 40 minutos más de charla, y nosotros no nos queríamos matar. Él quería aprender, por eso preguntaba. Era inquieto. Estaba pendiente de los relevos tácticamente, si había que apretar o no. Si había que salir, venir, si te caía o no te caía, si había que tirar la pelota afuera. Siempre estaba muy compenetrado en su función que hacía a la perfección. Y después, la tocaba cortita porque Alejandro Sabella se la quitaba a los dos metros. Él la recuperaba y se la pasaba a Sabella. Miguel debe haber sido el jugador que más pelotas le pasó a Alejandro en su carrera.

– ¿Era una orden de Bilardo para él que tenía que recuperar y darle el pase rápido a Sabella?

– Él tenía la labor de quitar y de buscar a Alejandro, cortito. Cortito. Ni siquiera Carlos le dejaba que fuera un pase de 5 metros. Le decía “dásela a Sabella, dásela a Alejandro”. A veces me tocaba estar en el banco y de repente Carlos me decía “Ponce, mirá, mirá”. Me sentaba a su lado 5 minutos y me decía “mirá, mirá a Alejandro, se está cansando. Mirá a Alejandro, no está recibiendo la pelota. Vas a entrar. Vas a agarrar la pelota y traérsela a Alejandro. Júntate con él y que vuelva a tener Sabella la conducción. Dale, dale”. En un momento, yo entraba por un delantero y me venía a jugar al medio. Y en otro momento entraba por Miguel Lemme, viste. Ahí empezó la pelea de los puestos. Pero era un equipazo, un equipazo. Pero ellos fueron fundamentales, siempre aconsejándonos, cuidándonos. Y aportando de lo económico.

– ¿Con qué recuerdo te vas a quedar de Miguel?

– Miguel me ayudó en mis comienzos y siempre le estaré agradecido. Siempre fue muy futbolero. Le gustaba mucho ver fútbol, cualquier partido. Preguntaba mucho para aprender. Si bien no fuimos grandes amigos, fuimos muy buenos compañeros. Tuvimos muchas batallas. Pero él siempre me aconsejó. Un día, fuimos a un partido y me dijo “Ponce, mirá que estamos entrenando y esto es para entrar a jugar, no a pelear. Tenés que entrar a jugar, no a pelearte con los rivales”. Me lo decía porque sabía que se me volaban los cables y quería boxear. Entonces, me repetía “Bocha, venimos a jugar, no a pelear. Por favor Bocha, no te pueden echar”.

– ¿Qué otro consejo recordás de Russo?

– Alguna vez Miguel me dijo “Bocha vení, porque hay quilombo con vos, vamos a arreglarlo”. Era por algo que yo había dicho y él trataba de enseñarme a manejar esos temas. Me quería hacer entender que los cosas no eran como yo decía. En esos tiempos, yo era medio díscolo y él siempre tuvo su manejo, que yo compartía o no. Pero sí guardo un buen recuerdo de esos años, de los abrazos que nos dimos, de todo el esfuerzo que le metimos juntos, los éxitos que logramos como compañeros. Por eso, un tiempo más tarde cuando nos cruzamos en Chile, siempre me acercaba a joderlo con algo. Teníamos confianza. Creo que podríamos haber sido más amigos. Quizá no se dio por cuestiones de edad. Pero me quedó con que Miguel me ayudó mucho en mis comienzos y se lo dije en su momento. Y siempre le estaré agradecido de por vida, porque crecí mucho como jugador y como persona.

– ¿Se notaba que estaba en todos los detalles como compañero?

– Sí, era muy correcto, muy compañero. Él nos cuidaba a todos, cuidaba el grupo. Y lo que hacía, era pensando para el grupo. En su momento, cada uno aportó y tenemos la tranquilidad de que ninguno de nosotros nos debemos nada. Hemos compartido, hemos sido felices todos juntos y hemos hecho feliz a la gente. Somos agradecidos por el club que nos dio la posibilidad de mostrarnos. La mayoría de los pibes que tuvimos la posibilidad de jugar, de crecer con gente como Bilardo, con el profesor Echeverría, con un grupo de dirigentes. Haber jugado, disfrutado, salido campeón con Estudiantes y hoy poder gozar de lo que tenemos y del club es una bendición.