El argentino que bailó en las discotecas más extremas de Berlín: sexo en público, celulares prohibidos y 48 horas de fiesta

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El pulso de Berlín late distinto después de la medianoche. Las luces se apagan en la superficie, pero en las entrañas de la ciudad despierta un mundo ajeno al tiempo, donde la música y el anonimato conviven con la libertad. Pablo Legeren, músico y DJ argentino, dejó atrás su rutina en un canal de noticias de Buenos Aires para sumergirse de lleno en el universo inexpugnable de las discotecas berlinesas, donde el silencio de las calles contrasta con el estruendo de los bajos, y la reserva social se diluye tras las puertas de los clubes más legendarios del mundo.

Las canciones acompañaron a Legeren desde siempre. Cuando sus días aún transcurrían entre sets de noticias y sets musicales, comenzó a compartir su talento en redes sociales. En poco tiempo, ese impulso encontró recompensa: la monetización llegó y, con ella, una certeza.

—Me di cuenta que podía vivir de eso —explica el músico desde un pequeño apartamento en Berlín, con la voz cargada de decisión—. Entonces dejé la televisión y me metí con este tema full time.

Pablo visitó dos de las discotecas más extremas de Berlín

Berlín, para un latinoamericano acostumbrado a la efervescencia de Buenos Aires, ofrece un tipo de vida que oscila como un péndulo entre el orden absoluto y el desenfreno contenido. “Es todo mucho más ordenado y silencioso. No hay demasiado contacto social”, confiesa Legeren, quien extraña la calidez espontánea de Buenos Aires. No hay gritos, ni multitudes, ni empujones. Hay respeto casi reverencial por el espacio propio, tanto en plazas como en departamentos.

El lado B de Berlín

Viajar se convirtió en una adicción para el DJ. No se conforma con el papel de turista. “Cada país que visito, me gusta quedarme unos meses para vivirlo como si fuera un nativo. No me interesa solo conocer la experiencia superficial”, sostiene. Tal vez por esa búsqueda de arraigo eligió barrios y rituales que lo instalaran, aunque fuera por un instante, en el corazón mismo de la vida local. Y en Berlín, ese corazón suele latir oculto.

Durante meses, Legeren intentó hacer amistades. Descubrió pronto que la cortesía alemana a veces se confunde con la frialdad. “Son muy correctos, pero no son fáciles para socializar los alemanes y alemanas”, admite, con una media sonrisa de resignación.

Hasta que alguien, en uno de esos encuentros casuales, le sugirió un desafío casi iniciático: lograr entrar a Berghain, la discoteca más mítica y temida de la ciudad.

—Habían rebotado a Britney Spears y Justin Bieber. Era todo un desafío —dice Pablo. El dato lo animó a intentarlo.

El argentino pasó una temporada en Berlín para conocer a fondo la ciudad

La noche en la que decidió cruzar ese umbral, Legeren se preparó como si fuera a una ceremonia secreta. La clave, advirtieron sus nuevos conocidos, era camuflarse: negro sobre negro, actitud sobria y ninguna estridencia. “Me fijé quiénes eran los DJs que tocaban esa noche para decirle a los seguridad de la puerta que iba a ver a uno de ellos”, recuerda.

La discoteca a la que casi nadie logra entrar

Berghain emerge en la parte este de Berlín, lo que fue hasta 1989 el lado comunista de la ciudad. Una vieja fábrica metalúrgica convertida en templo de la electrónica, con aspecto brutalista y filas interminables. La fiesta comienza el viernes a la noche y no cesa hasta el domingo por la tarde. Casi 48 horas en las que la entrada funciona como un filtro implacable. La mayoría queda afuera, vencida por el misterio de un criterio que nadie termina de descifrar.

En la fila, a los pies de aquel edificio inmenso, Pablo observaba todo a su alrededor. Un grupo de jóvenes parecía tener el look perfecto; las chicas, divinas por donde se las mirara. Cuando les llegó el turno, el guardia los despachó sin contemplaciones.

—No lo podía creer —relata Pablo—. Me parecía imposible.

Entonces, llegó el turno del argentino. El seguridad preguntó algo en alemán. Pablo, sin tiempo de inventar vocabulario, contestó en inglés. Por un momento sintió que la puerta, otra vez, se cerraría en su cara. “Le dije que venía porque era fanático de la DJ Inhuman, que tocaba esa noche. Hubo un silencio, nos miramos… y me dijo que pase. Que disfrute la noche. No lo podía creer”.

Pablo Legeren es cantante y DJ

Cruzó la entrada sin mirar para atrás, Sospechaba que en cualquier momento lo harían volver. Los guardias le pidieron vaciar los bolsillos, buscaron cualquier cosa que pareciera una sustancia prohibida o un objeto amenazante. Para garantizar el anonimato, colocaron stickers sobre las cámaras del teléfono.

El DJ argentino recorrió las pistas y notó aquella regla tácita que define a los clubes berlineses: cada uno está en la suya, sin molestar a nadie. El alcohol fluye y, según Legeren, alguna que otra sustancia común en el ambiente electrónico, pero sin disturbios, peleas ni escándalos. Solo mucho baile y una música que retumba en las paredes.

El ritual de socialización también cambia. Las alemanas sorprenden con su franqueza.

—Te ponés a charlar y si hay onda no tienen problema en invitarte a su casa a seguir la noche. No tienen demasiadas vueltas en ese tema.

Entre el humo y el bullicio, una escena resume el clima de Berghain. Pablo, sentado junto a una chica que acababa de conocer, ve a unas personas a centímetros de ellos, entregadas al sexo sin tapujos. “Con total naturalidad, la chica siguió charlando conmigo como si al lado no pasara nada”, recuerda. Pablo se marchó entrada la madrugada.

Pablo Legeren pudo entrar a una de las discotecas más exclusivas de Berlín

—Por suerte no tomo alcohol ni consumo drogas, por lo que pude ver todo lo que pasaba con claridad —afirma, subrayando la lucidez de su relato.

La noche más larga de Berlín

Al salir, el alba berlinés mostraba otra vez su cara pacífica. Jóvenes de todas partes pugnaban por ingresar. Las filas, interminables, no se disolvían nunca. Legeren guardó como trofeo la pulsera de la noche, pensando ya en el video que compartiría después con sus seguidores.

El magnetismo de lo extremo lo llevó más lejos. Le hablaron de otra meca de la experiencia sensorial desbordada: KitKatClub. Si Berghain alimenta la leyenda de la exclusión, KitKat celebra el exceso en todas sus formas.

Otra vez, una fila se desplegaba en la madrugada fría. El acceso era estricto, pero menos enigmático que el de su predecesor. Pablo fue con una remera de David Bowie; el guardia se la elogió y, con una sonrisa cómplice, le abrió la puerta.

Antes de ingresar a las pistas, una consigna marcó la diferencia: “Muchos iban con muy poca ropa o atuendos sadomasoquistas de cuero”, relata el argentino. El celular no estaba permitido. Legeren debió dejarlo en la puerta.

Pablo Legeren dejó un trabajo en un canal de noticias para dedicarse a la generación de contenidos para sus redes sociales

Sexo a la vista de todos

En su recorrido por KitKatClub, Pablo se encontró con una pareja que explora el BDSM a la vista de todos, dos mujeres tienen sexo con un hombre. En un momento, una chica se le acerca a Legeren con una invitación directa y respetuosa para sumarse a una de esas escenas.

—Yo estaba hablando con otra mujer y preferí quedarme —explica—. Se fue sin problemas.

Lo notable no era solo el grado de exposición, sino la cortesía y el consentimiento que parecían regir cada interacción. Nadie invadía, nadie forzaba.

Por fuera, Berlín volvía a su calma glacial. Los autos avanzaban según la ley y los colectivos recorrían la ciudad casi vacíos.

Pero algo se enciende —inevitable— en los berlineses cada fin de semana. Durante el día, nada delata ese pulso subterráneo. La ciudad mantiene la compostura, como si las noches salvajes no existieran. Todo queda entre las paredes de Berghain y KitKatClub, dos de las discotecas más extremas de Alemania.