El explorador que se convirtió en el primero en pisar las Islas Aurora: de investigar un “lugar fantasma” al reclamo de soberanía

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Hace 70 años, el glaciólogo platense Mario Giovinetto confirmó la existencia de las Islas Aurora (Andrew Shiva / Wikipedia)

Durante siglos, las Islas Aurora fueron poco más que una leyenda náutica: un punto borroso en los mapas, un espejismo en el Atlántico Sur. Los marinos que surcaban esas aguas decían verlas un día y perderlas al siguiente. Algunos las llamaron islas fantasma”. Pero en 1955, un joven glaciólogo argentino, Mario Giovinetto, cambió la historia.

Con apenas 22 años y una curiosidad insaciable por los confines del planeta, Giovinetto despegó en un helicóptero del ARA Bahía Aguirre y se convirtió en el primer ser humano en pisar esas rocas perdidas.

Su arribo marcó el fin de una incertidumbre geográfica que llevaba más de dos siglos. Aquella mañana ventosa de la campaña antártica argentina de 1955-1956, la ciencia nacional selló un descubrimiento que aún hoy refuerza la presencia argentina en el Atlántico Sur.

Las llamadas Islas Aurora no son islas en sentido estricto. Se trata de un conjunto de siete formaciones rocosas —seis conocidas como Rocas Cormorán y una séptima llamada Roca Negra— que emergen tímidamente en medio del Atlántico Sur, a más de 1.000 kilómetros de Tierra del Fuego y a 232 kilómetros de cualquier otro punto de tierra firme.

Las islas Aurora fueron llamadas

Su extensión total apenas alcanza 0,2 kilómetros cuadrados, lo que las vuelve casi imposibles de distinguir a simple vista. El clima es feroz: vientos constantes, oleajes violentos y nieblas densas. Por eso, durante siglos, su existencia osciló entre el mito y la realidad.

La primera vez que fueron avistadas fue en 1762, por el navío español Aurora, bajo el mando del capitán José de la Llana, en su travesía de regreso a España. Aquel hallazgo dio nombre al archipiélago, pero también alimentó la confusión: algunos mapas las ubicaban en coordenadas distintas, otros las omitían por completo.

En busca de una hazaña

Mario Giovinetto nació en La Plata en 1933. Fascinado desde joven por los glaciares y los climas extremos, comenzó a trabajar en investigaciones sobre regiones polares en 1952. Su vocación científica lo llevó al Instituto Antártico Argentino, donde cumplió su servicio militar y se formó como glaciólogo y climatólogo.

Fue a bordo del ARA Bahía Aguirre, durante la campaña antártica 1955-1956, cuando su nombre quedó ligado para siempre a las islas Aurora. El objetivo era realizar reconocimientos geográficos y geológicos en zonas poco exploradas del Atlántico Sur.

Giovinetto se ofreció como voluntario para descender en las coordenadas inciertas donde aparecían las “Aurora Rocks” en los mapas. Aquel descenso en helicóptero no duró más que unos minutos, pero fue suficiente para romper un mito cartográfico de casi 200 años.

Giovinetto falleció en Estados Unidos, en enero de 2024, a los 91 años (NASA / Wikipedia)

El joven argentino tomó muestras de roca, documentó la posición exacta y dejó constancia de la existencia del conjunto. En sus notas de campaña describió el paisaje como “un desierto de piedra y espuma, sin vegetación, apenas un eco de la soledad marina”.

Las islas que aparecían y desaparecían

La de las islas Aurora es una historia de fantasmas. Durante los siglos XVIII y XIX, los navegantes aseguraban haberlas visto al amanecer y haberlas perdido al caer la tarde. La combinación de mareas extremas, reflejos del sol y formaciones de hielo flotante generaba ilusiones ópticas. En varias ocasiones, expediciones europeas que intentaron localizarlas regresaron sin éxito.

Incluso hubo teorías que las ubicaban en otro hemisferio o las confundían con icebergs permanentes. El hallazgo argentino de 1955 eliminó esas dudas: las islas existen.

Desde entonces, el conjunto de Rocas Cormorán y Roca Negra figura oficialmente en la cartografía nacional y constituye un punto estratégico dentro del reclamo histórico argentino sobre el Atlántico Sur.

Si bien Argentina las reclama como parte de su territorio, en la práctica no ejerce el control administrativo efectivo, ya que las islas están bajo la administración británica.

Las islas Aurora son un conjunto de siete formaciones rocosas —seis conocidas como Rocas Cormorán y una séptima llamada Roca Negra— que emergen tímidamente en medio del Atlántico Sur (Simon Murgatroyd / Wikipedia)

Setenta años después de aquel primer descenso, las islas Aurora siguen siendo un punto remoto, sin presencia humana permanente, pero cargado de valor simbólico y geopolítico. Se encuentran dentro del área de interés estratégico argentino en el Atlántico Sur, en una zona cercana a rutas de navegación internacionales y a espacios marinos ricos en biodiversidad.

La confirmación científica de su existencia en 1955 tuvo consecuencias diplomáticas. Al validar su ubicación, Argentina reforzó su proyección soberana sobre una región históricamente disputada, en un contexto donde el Atlántico Sur y la Antártida cobraban relevancia global.

En tiempos de exploraciones satelitales y mapas digitales, las islas Aurora recuerdan una era en la que los límites del conocimiento aún se medían en pasos humanos sobre territorios desconocidos.

¿Las islas Aurora son argentinas?

Desde la legislación argentina, las Islas Aurora están incluidas dentro del ámbito del Departamento Islas del Atlántico Sur, perteneciente a la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

Argentina considera que esas rocas forman parte de sus “islas, islotes y rocas” sobre los cuales se fundan los derechos marítimos correspondientes, como mar territorial, zona económica exclusiva y plataforma continental. En ese marco, la Ley 23.968 (sobre líneas de base) menciona estas formaciones como parte de su territorio insular.

Las islas Aurora están situadas a más de 1.000 kilómetros de Tierra del Fuego y a 232 kilómetros de cualquier otro punto de tierra firme (Wikipedia)

Incluso, en artículos de divulgación argentina se describe a las Islas Aurora como “parte de la Argentina insular” y se enfatiza el reclamo sobre la soberanía de las mismas.

Por otro lado, el Territorio Británico de Ultramar de las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur —administrado por el Reino Unido— incluye en su jurisdicción a las Islas Aurora (o “Aurora Rocks”) como parte del grupo geográfico que abarca las Georgias del Sur.

A pesar de su aparente insignificancia, las islas Aurora adquieren relevancia estratégica: están situadas en una zona oceánica que podría tener riqueza pesquera, recursos en la plataforma continental y valor geopolítico en la proyección argentina en el Atlántico Sur.

Una vida dedicada al hielo y la ciencia

El episodio de las islas Aurora fue apenas el comienzo de una trayectoria científica extraordinaria. En 1958, Giovinetto se convirtió en el primer argentino en pisar el Polo Sur, como parte de una expedición internacional que estudió las condiciones meteorológicas y glaciológicas del continente antártico.

A lo largo de su carrera, recorrió más de 2.000 kilómetros sobre hielo, realizó tres expediciones a los Andes, investigó glaciares en África, y participó de nueve campañas de verano en la Antártida. También trabajó en Groenlandia, donde analizó la composición química del hielo milenario.

Argntina reclama la soberanía de las islas Aurora, que hoy están en manos británicas (Wikipedia)

Su carrera lo llevó a Estados Unidos, donde colaboró con instituciones científicas de prestigio mundial: el Instituto Ártico de Norteamérica (1956-1959), el Instituto de Estudios Polares de la Universidad Estatal de Ohio (1959-1961) y el Centro de Estudios Polares Geofísicos de la Universidad de Wisconsin (1961-1968).

A pesar de su residencia en el exterior, Giovinetto mantuvo siempre su vínculo con la ciencia argentina, promoviendo programas de cooperación y capacitación para jóvenes investigadores del Instituto Antártico.

En reconocimiento a su contribución a la exploración polar, una montaña de la Antártida lleva su nombre: el Monte Giovinetto, de 4.090 metros sobre el nivel del mar, ubicado en la cordillera Sentinel.

El homenaje resume una vida dedicada al conocimiento extremo, marcada por la curiosidad y la disciplina. Cuando falleció en enero de 2024, a los 91 años, Giovinetto dejó un legado de más de medio siglo de investigación sobre el hielo, el clima y la geografía polar.

Mario Giovinetto no fue un conquistador ni un aventurero en busca de gloria. Fue un científico con botas y cuaderno de campo, que en cada expedición llevó la bandera argentina a lugares donde nadie había llegado. Su paso por las islas Aurora no solo resolvió un enigma geográfico, sino que reafirmó la capacidad de la ciencia argentina de expandir fronteras del conocimiento y del territorio.