El aberrante caso de la “niña madre” que fue presentado como un “milagro de la vida”: su abusador se casó con ella para no ir preso

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Mirta tenía 10 años cuando dio a luz a su hijo en el Hospital Municipal de Pilar, el 14 de agosto de 1971

El 14 de agosto de 1971, en el Hospital Municipal de Pilar, se produjo un hecho que conmovió a la Argentina. Una nena de apenas 10 años dio a luz a un bebé de más de tres kilos, en un parto por cesárea.

Lo más perturbador es que los diarios de la época, lo cubrieron con tono celebratorio, hablando de “milagro de la vida” y maternidad sublime”. Lo que se omitió deliberadamente fue lo evidente: la menor había sido víctima de abuso sexual infantil.

A 54 años del hecho, un hilo de X publicado por la usuaria @Nowhere_walrus revivió la estremecedora historia de “la niña madre de Pilar” con viejos recortes de noticias y puso foco en cómo la sociedad, el periodismo y la justicia abordaban —y encubrían— la violencia sexual en aquel tiempo.

Es un muñeco para una madre tierna e inocente que es, también, una muñeca. El suceso, asombroso, conmueve precisamente porque es como un milagro palpitando en el corazón de ella, sin comprender la grandeza del suceso: le ha dado al Mundo un hombre. Bendita sea”, había publicado el diario Crónica.

Mirta había nacido en Misiones y, poco antes de cumplir diez años, se había mudado junto a su madre y hermanos a una vivienda precaria del barrio Santa Teresa, en las afueras del partido bonaerense de Pilar. Según los cálculos médicos, el abuso que derivó en el embarazo había ocurrido en su provincia natal.

El diario Crónica directamente sentenció: “No interesan las circunstancias que dieron origen al nacimiento”, en una frase que resume la forma en que se ocultaba la violencia detrás de un relato de ternura y “prodigio maternal”.

Su madre la describía como “una chica normal, muy obediente”, que siempre la ayudaba en su casa “barriendo y haciendo los mandados”. También decía que “tenía un buen promedio en la escuela y que era una excelente niña”. De hecho, también evitaba hablar del delito del que había sido víctima su hija.

La enfermera que cuidó a la niña terminó siendo la madrina del bebé

Cuando la pequeña fue llevada al hospital, los médicos inicialmente pensaron que padecía fibromas múltiples en el abdomen. Recién después de realizar estudios confirmaron lo que parecía imposible: la niña estaba embarazada.

El caso quedó bajo la atención del doctor Roberto Pezzoni, jefe del Servicio de Obstetricia del Hospital Municipal de Pilar; y del doctor Servidio Clavellés, su director. Ambos decidieron seguir el embarazo hasta el final y planificar una cesárea, ya que -según dijeron en aquel momento- el cuerpo de la menor no estaba preparado para un parto natural.

El bebé nació a las 10.30, pesó 3 kilos 100 gramos y fue llamado Ramón Marcelo, aunque algunos medios lo apodaron “Robertito” en homenaje al médico que lo trajo al mundo.

“Allí estaba él. Un muñeco de carne y hueso para una niña-madre, una morenita misionera que, sin desearlo y aún sin comprenderlo, vivió el acto más sublime de la mujer: la maternidad”, escribió el diario Crónica para celebrar el acontecimiento en lugar de denunciar el abuso.

Pocos días después del nacimiento, el bebé fue bautizado en la parroquia de Pilar. Sus padrinos fueron el propio doctor Pezzoni y la enfermera María Esther Licalsi, quienes habían asistido a la niña en la cesárea. La madre no estuvo presente en la ceremonia.

El padre José María, párroco local, no permitió la entrada de la prensa. Afuera, fotógrafos y cronistas aguardaban en la vereda. La imagen de la niña madre y del recién nacido se había convertido en un espectáculo morboso que los medios reproducían sin pudor.

Una infancia interrumpida

Tras el parto, la niña quedó bajo seguimiento médico y social. Y el diario Crónica describía su vida en el hospital con un tono casi idílico: “Mujercita-niña, Mirta pasa los días como si fueran horas de juego. Se apaga cuando la falta de sueño la vence. Se enciende cuando a su lado está su bebé. Con sus 10 años no puede tener conciencia de lo que significa su situación”.

La tapa del diario Crónica y la frase desafortunada

Esa supuesta “inconsciencia infantil” era presentada como ternura, cuando en realidad mostraba la brutalidad de un sistema que naturalizaba que una niña jugara a ser madre mientras aún necesitaba que la cuidaran a ella.

Al analizar en profundidad el caso, la psicóloga Andrea Aghazarian, especialista en abuso sexual durante la infancia, remarcó: “Que los medios hayan legitimado todo lo que le hicieron a esta niña, empeora su cuadro psíquico, nadie nombra su sufrimiento, lo borran”.

“Los niños toman las palabras del mundo adulto, lo que no está no existe en el plano simbólico, que es el que otorga sentido. Por eso molesta el feminismo a lo largo de la historia. Porque es el que viene nombrar los sufrimientos, a las diversidades sexuales, a las injusticias de género y a la maternidad como deseo y no como mandato”, sostuvo la profesional en diálogo con Infobae.

Las noticias de aquella época celebraban el

El matrimonio forzado

Lo más aberrante de esta historia llegaría poco después. El padre del niño, un jujeño de 22 años llamado Néstor, logró evitar ser encarcelado por el delito de estupro y abuso sexual infantil convenciendo a la familia de casarse con Mirta cuando ella cumpliera los 12 años. Para él, lo importante no era proteger a la niña sino salvar su reputación de abusador.

“No es marido, es un violador, es un pederasta. No es matrimonio, es esclavitud. No son medios de comunicación simplemente en este caso, son medios de construcción de sentido con una línea editorial conservadora. Hoy podría ser un delito de falsedad, manipulación de datos y complicidad”, sentenció Aghazarian.

Con el correr de los meses, la familia de la menor comprobó que el matrimonio no trajo felicidad. Néstor era alcohólico y maltratador, y la pareja terminó separándose tras varios años de violencia. Mirta, aquella niña madre cuya maternidad había sido celebrada como “milagro de la vida”, murió joven, alrededor de los 40 años.

La niña fue obligada a casarse con su abusador, de 22 años, por presión social y mandato familiar

El doctor Pezzoni, que había practicado la cesárea, también tuvo un final trágico: fue asesinado durante un robo a mediados de los años ’90.

El bebé, Robertito, mantuvo un vínculo muy cercano con su madrina, la enfermera María Esther Licalsi, hasta la muerte de ella en 2016. Hoy tendría 54 años, pero sus allegados perdieron contacto con ella.

La cobertura mediática: del “milagro” al encubrimiento

El caso de Mirta muestra cómo el abuso infantil podía ser transformado en espectáculo y romantizado como maternidad precoz. Detrás de las portadas sensacionalistas había una niña que dejó de jugar para criar a un hijo, que fue obligada a casarse con su abusador y que murió joven, tras una vida marcada por la violencia y la pobreza.

Foto del bautismo del bebé: su madrina lo tiene en brazos. La mujer es la enfermera que cuidó de la niña madre tras dar a luz

No hubo titulares que hablaran de abuso, delito o violación. Se exaltó la maternidad, se idealizó el sufrimiento y se invisibilizó por completo al agresor. La sociedad prefirió ver un “acto sublime” en lo que era, en realidad, una tragedia.

“Actualmente, la maniobra consiste en quitarle al invento del ‘síndrome de alienación parental’ la palabra ‘síndrome’ —ya que se probó que no existe como tal— y dejarlo solo como ‘alienación parental’, para seguir utilizándolo en defensa de los abusadores”, advirtió la profesional.

Si un caso así ocurriera en la actualidad, la cobertura mediática sería radicalmente distinta y la sociedad exigiría justicia por esa infancia interrumpida. El Estado intervendría para proteger a la niña, se abriría una causa judicial contra el abusador, y los organismos de niñez y derechos humanos denunciarían la vulneración extrema de sus derechos.

La muñeca madre:

“No se puede elaborar, ni sanar un trauma si no se nomina cada cosa por lo que es, en especial la violencia y en particular la sexual contra las infancias”, señaló la psicóloga, quien hizo hincapié en que los tratamientos psicológicos para estos casos, por lo general, aparecen recién en la vida adulta.

“A pesar de que vivimos en una época de imágenes, siguen siendo las palabras las que generan sentido en una sociedad. Y los medios lo saben. Nosotros, los psicoanalistas, también. Por eso, es importante nombrar los sufrimientos para visibilizarlos y darles tratamiento. Hay sectores que aún insisten en negar lo evidente, y cuando no lo consiguen, lo renombran. Y eso es lo peligroso”, concluyó la Licenciada Aghazarian.