El fuego de Ezeiza trajo un recuerdo espeluznante: la explosión de un buque petrolero en Dock Sud y el miedo a que “desaparezca” Buenos Aires

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El buque petrolero de YPF

Lo recuerdo perfectamente: yo tenía seis años, estaba sentado sobre un mueblecito blanco de melamina frente a la tele, con un vaso de “jugo” Mocoretá en una mano. Miraba el clásico humorístico de aquellos años, Mesa de Noticias. Era una costumbre religiosa a partir de las ocho de la noche (quién sabe si mis fantasías con habitar una redacción periodística no comenzaron ahí) para todas las familias. Me reía con el personaje obsecuente y tiernamente siniestro de Gianni Lunadei y con la gracia elegante de Juan Carlos Mesa, cuando un sacudón me levantó del mueble.

El “jugo” saltó del vaso y me salpicó la remera. Miré desconcertado a mi vieja, que rehogaba cebollas a un metro de mí. Ella también me miró con sus ojos grandes, más grandes, esta vez, que lo habitual. Y de inmediato se fue para el balcón del piso 10 donde todavía, 41 años después, vive junto a mi papá, un pequeño departamento en Sarandí con una increíble vista al Polo Petroquímico de Dock Sud, al “monumento al fósforo”, como bromeaba mi papá, al barrio que todos llamamos Villa Inflamable no hace falta explicar por qué.

Sonó el teléfono. Mi vieja estaba en el balcón, atendí yo, que tenía 6 años. Era él, Héctor, mi papá, desde su trabajo, también en Sarandí. Trataba de sonar tranquilo pero se percibía su inquietud. Su oficina estaba (está, tiene 80 pero sigue trabajando) sobre la calle Iriarte, que en una línea recta imaginaria desemboca allá en el Docke, donde aquella noche del 28 de junio de 1984 crecía un hongo de fuego y humo que amenazaba el barrio entero, como en la escena inicial de Apocalypse Now, cuando una lluvia de napalm enciende la selva vietnamita, suena The Doors y Jim Morrison canta “This is the end, my only friend, the end (este es el fin, mi único amigo, el fin)”.

Durante las primeras horas se temió que hubiera sido un atentado: la democracia, todavía frágil, había regresado pocos meses antes

“¿Están bien? Pasame con tu mamá“, me ordenó, lacónico. Un miedo retornaba a sus venas desde los años horribles de Malvinas: un terror anclado en la advertencia de mis tíos, que vivían en Brasil, y que durante la guerra en las islas, apenas dos años antes, sugirieron a toda la familia que dejáramos Avellaneda, que fuéramos para allá, porque la prensa internacional aseguraba que si el conflicto escalaba la Thatcher pensaba bombardear las destilerías del Docke.

”¿Y qué podría pasar?“, preguntaba yo a los adultos, despuntando la curiosidad infantil que todavía me acompaña. “Si vuela el Docke vuela media Buenos Aires”, me respondían natural y, tal vez, irresponsablemente.

Al teléfono, mi viejo le avisó a mi vieja que algo se estaba incendiando en la destilería. Ella ya lo sabía: desde el balcón veíamos no sólo el resplandor espeluznante sino todas las dotaciones de bomberos que rayaban la avenida Mitre y el Acceso Sudeste con sus luces rojas. La sirena del cuartel de Sarandí, a pocas cuadras de casa, no paraba de aullar. Creo que desde ese día cada vez que escucho un camión de bomberos en situación de emergencia vuelve a anudarse la boca de mi estómago: postrauma.

Los primeros minutos fueron de desconcierto y pavor. Llamó mi abuela Luisa. Vivía en un piso 15, también en línea recta a la explosión, en un edificio finito que, según contó y contaría hasta el día de su muerte, la onda expansiva lo sacudió como un yuyo en el viento. Llamaron mis tíos y mi abuela Juana. Todos vivíamos en un radio de 10 cuadras. El cielo negro de Avellaneda se había vuelto naranja, como la mancha de jugo que se estampó en mi remera.

Después mi memoria se apaga. Solo sé que finalmente no evacuamos. Pero no recuerdo exactamente cómo fue que todos nos enteramos que la causa de todo aquel pavor había sido la explosión del buque petrolero Perito Moreno.

El barco pertenecía a la flota de YPF y, cuando todo ocurrió, estaba descargando combustible. Como anoche en Ezeiza, volaron ventanas y techos de los barrios adyacentes, especialmente Dock Sud y la Isla Maciel, donde las casas, además, eran precarias, aquellas viejas construcciones de chapa características de la zona desde fines del siglo XIX.

Así como mi viejo pensó en Malvinas, rápidamente se empezó a especular con un atentado, en el contexto de la tensión que había entre Raúl Alfonsín y las Fuerzas Armadas por los juicios a las Juntas. Era una época donde las noticias tardaban en llegar, había que esperar al diario de la mañana siguiente o, en el mejor de los casos, algún enviado de los dos noticieros de la noche.

Al otro día se supo lo que había ocurrido y se conoció la muerte de tres operarios y la desaparición de otros seis que estaban en el buque a cargo de las maniobras de descarga.

El legendario cronista de Clarín Emilio Petcoff contó que sobrevivieron cuatro trabajadores del buque que se arrojaron al agua y nadaron hasta la dársena del puerto del Docke. Los bomberos tardaron once días en apagar el fuego. Trabajaron helicópteros hidrantes. Recuerdo ir a lo de mi abuela Luisa a verlos lanzar la espuma. Increíblemente, a pesar de ser una zona de altísimo peligro, no había hasta ese momento un cuartel de bomberos en la zona: los más cercanos eran los cuarteles de Avellaneda, Villa Echenagucía y Sarandí. Por aquel episodio se creó el Cuartel Central de Bomberos de Dock Sud.

“Estábamos programando una cena por un evento en el cuartel de Avellaneda y en eso se cortó la luz. Cuando estábamos reparando la luz, el cielo se puso rojo y vino la explosión”, recordó tiempo atrás Horacio Esteban Lalosevich, Comandante Mayor de Bomberos de Dock Sud, quien participó aquel día en el operativo.

El buque tanque “Perito Moreno” tenía 172 metros de eslora y contenía 21 tanques, con una capacidad de 25.386 metros cúbicos de combustible

“Fuimos para allá pero en el camino la gente nos decía que no siguiéramos. Atacamos el fuego desde Villa Inflamable y una lancha de Prefectura lo hacía desde el río. Estuvimos nueve noches trabajando a la vera del canal. Es un recuerdo muy importante en el barrio, está en las canciones de la cancha, en las paredes del Docke, fue algo fuerte para nosotros”, contó entre lágrimas Lalosevich al cumplirse cuatro décadas del hecho.

El buque tanque “Perito Moreno” tenía 172 metros de eslora y contenía 21 tanques, con una capacidad de 25.386 metros cúbicos de combustible. Había sido botado en 1966 por Astano Astilleros y Talleres del Noroeste S.A, en El Ferrol, España.

Se lo bautizó inicialmente como “Hipólito Yrigoyen”, pero la dictadura de Onganía le cambió el nombre y decidió homenajear al naturalista y explorador del sur argentino.

Los testigos aseguran que las llamas crecieron hasta 200 metros de altura

Ese día había atracado con una carga de 13.000 metros cúbicos de combustible. Para las 20.15 había descargado 10.000. Con una tripulación de 41 hombres durante la navegación, en ese momento había sólo 13 personas a bordo, las que estaban encargadas de la operación de descarga.

La explosión partió al buque en dos. Era un monstruo de metal prendido fuego. Los testigos aseguran que las llamas crecieron hasta 200 metros de altura. Los cuerpos de los seis desaparecidos nunca fueron encontrados: se los devoró el río o los desintegró el combustible encendido.

Las crónicas de la época contaron que el barco ardía desde su parte media, lo que incrementaba el peligro de una nueva explosión, porque allí estaba el tanque número 21 con los 3.000 metros cúbicos de petróleo crudo.

La lucha contra el fuego fue un combate contra el tiempo y el viento. Como mis viejos, todos sabían que de expandirse y agarrar las destilerías, podía ser el fin de todo.

(Fuente)

El bombero Daniel Blanco recordó que una de sus primeras tareas fue abrir las válvulas de un búnker de Union Carbide y que estaba en eso cuando se produjo la segunda explosión en el Perito Moreno.

“No bien llegamos quisimos abrir unas válvulas, que ya conocíamos, para refrigerar los tanques de Unión Carbide. Entonces se produjo la segunda explosión. Un compañero, Daniel Villa, me contó que yo salté por reflejo no sé cuántos metros. Hoy miro a veces la distancia que había del suelo al techo de ese búnker y es imposible que yo en un estado normal saltara lo que salté para caer del otro lado. En esos momentos solo pensás en salvar la vida. Nos quedamos tirados ahí, cuerpo a tierra, sin decidir qué hacer porque todavía se sentía un sonido muy fuerte en los oídos, estábamos sordos. La verdad es que pensé que de esa no salía”, relató a Daniel Cecchini para una nota en Infobae sobre los 40 años de aquel fuego.

Al otro día de la explosión, el presidente Alfonsín visitó la zona del desastre

Al día siguiente de la explosión, cuando todavía faltaba mucho para extinguir el fuego, el presidente Raúl Alfonsín se acercó a la zona del desastre. Lo hizo en contra de las recomendaciones de sus colaboradores. Todavía existía la amenaza de que vuele todo Dock Sud.

El combate se dio por terminado el 9 de julio. Fecha patria. Luego comenzaría la lucha de los vecinos y las asociaciones ambientales para trasladar las casas precarias de la población de Villa Inflamable y para exigir mejores controles en el Polo. Algunas cosas se hicieron. Otras siguen igual.

En Avellaneda, los más viejos no olvidamos aquello. Cuando se escucha un sonido extraño en el barrio, mi vieja todavía sale al balcón y mira para el lado del río.