Ibrahim Ferrer, el cantante cubano de Buena Vista Social Club que recién en el ocaso de su vida pudo cumplir su sueño

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Ibrahim Ferrer (Credit Image: DAPR/ZUMAPRESS.com)

“Si cuando era joven no me pasó esto, ¿por qué ahora de viejo?“, se preguntaba incrédulo Ibrahim Ferrer. Este miércoles 6 de agosto, se cumplen dos décadas de la muerte del intérprete que conoció la gloria “de grande”, de la mano del guitarrista Ry Cooder y del disco Buena Vista Social Club, que reunió a los mayores exponentes musicales de Cuba como Rubén González, Compay Segundo, Omara Portuondo, Barbarito Torres y Eliades Ochoa, entre otros, para mostrarle su talento al mundo.

Su cuerpo menudo se contraponía a la potente voz que brotaba de su garganta con cada nota. Apenas lo conocieron, los productores norteamericanos lo compararon con Nat King Cole, uno de sus grandes ídolos. Aunque fueron los boleros -según algunos historiadores musicales también originarios de la isla del tabaco y el ron-, los que más repercusión tuvieron en el público de todo el planeta gracias a su interpretación. ¿O acaso alguien puede olvidar sus agudos entonando Dos Gardenias?

Había nacido el 20 de febrero de 1927 en la provincia de Santiago de Cuba. Dicen que su madre, Aurelia Ferrer, dio a luz en un salón de baile, tal vez, en un deseo inconsciente de marcarle su destino. Porque la realidad es que, con apenas 12 años, Ibrahim quedó huérfano. Entonces tuvo que dejar sus estudios para trabajar como peón de albañil, carpintero y pintor. Hasta que, finalmente, encontró en la música la manera de salir adelante.

Corría el año 1940 cuando, siendo un adolescente, se incorporó al conjunto de Pacho Alonso y Enrique Bonne. Y, con el tiempo, llegó a participar en bandas legendarias como la de Chepin Chovén y la de uno de los mayores referentes de la música cubana, como era Benny Moré. “Fue una experiencia muy buena, la orquesta en la que mejor estuve. Haciendo el coro me sentía como si fuera un cantante principal por el trato de él, que era una gran persona. Magnífico en todos los sentidos. Se interesaba por ti, miraba tu trabajo, no te explotaba, sobre todo”, recordaba Ibrahim sobre El Bárbaro del ritmo.

El cantante logró cumplir su sueño después de los 70 años (Credit Image: Chris Delmas/ZUMA Wire)

Se casó con Norma Kindelan Ribeaux, con quien tuvo seis hijos: Norma Ivis, Marlen, Iris Estrella, Clara Elena, La Vigy e Ibrahim Jr. Cabe aclarar que este último, que vivió muchos años en la Argentina y era habitué de los reductos salseros de Buenos Aires, siguió los pasos de su padre como cantante continuando su legado mucho después de su partida. Sin embargo, por aquellos tiempos, la vida no era nada fácil para Ferrer, quien desde 1957 se había instalado en La Habana.

Ibrahím enviudó siendo muy joven, ya que su esposa murió de cáncer a los 36 años. Luego, él volvió a contraer matrimonio, esta vez con Caridad Díaz Surita, con quien no tuvo descendencia. Y, aunque pudo subsistir gracias a la música haciendo giras por todo el mundo, en una isla empobrecida primero por la dictadura de Fulgencio Batista y, después, por la Revolución encabezada por Fidel Castro, nunca pudo llevar una vida holgada. “Las cosas son como son y no como uno quisiera”, decía resignado.

En 1991, en tanto, decidió retirarse de la actividad artística. Ya estaba cansado de patear escenarios. “Decía que no quería seguir más, porque ya con tantos años qué iba a estar luchando por cantar un bolero, si me estaban diciendo que mi voz no servía para eso”, contó. Así que dejó su antigua casa para mudarse a una más pequeña, que pudiera pagar con su modesta pensión. Y cuentan que se lo llegó a ver lustrando zapatos en la calle para juntar algunos dólares que, gracias a la habilitación del turismo en la isla con el que se intentaba contrarrestar los embates económicos del bloqueo, le permitieran tener un pasar más digno durante su vejez.

Ferrer junto a sus compañeros de Buena Vista Social Club en Carnegie Hall (Foto: Ebet Roberts)

Lo cierto es que estaba recluido en su hogar, en el que nunca faltaban las imágenes de orishas afrocubanos como Babalý Ayé, sincretizado en San Lázaro para la religión católica, y las ofrendas para éstos como el infaltable ron, la miel, las flores y el perfume, cuando sus amigos vinieron a buscarlo con una propuesta imposible de rechazar. “Juan de Marcos González se apareció porque me necesitaba para una grabación. Yo le dije que ya no quería cantar más, que estaba desilusionado. Me dijo: ‘Mire, la única persona que me hace falta es usted. Además, vaya, se va a ganar cincuenta fulas (dólares)’”, contó Ferrer.

Corría el año 1996. Primero grabaron A toda Cuba le gusta con el Afro Cuban All Stars. Y luego llegó Buena Vista, un disco que vendió un millón y medio de ejemplares, ganó un premio Grammy y le permitió cantar, por primera vez, en el Carnegie Hall de Nueva York, en 1998. Fue así como, cuando según sus propias palabras pensaba que le “quedaban dos afeitadas” para irse de este mundo, Ibrahim logró el reconocimiento que tanto anhelaba, al igual que todos sus colegas de la vieja trova cubana que formaron parte de este álbum.

Pero la historia no se terminó ahí. En 1999 Ry Cooder regresó a la isla a buscarlo junto a Nick Gold, director de World Circuit, y al ingeniero de sonido Jerry Boys, con la intención de grabar su primer trabajo como solista: Buena Vista Social Club Presents Ibrahim Ferrer. “He logrado lo que siempre yo anhelaba: que mi nombre saliera en la portada de un disco. Yo ya me conformo con eso”, confesó emocionado en aquel momento. Y aseguró: “Es un sueño de juventud realizado ”.

En 2003, en tanto, editó el álbum Buenos Hermanos. Y en 2005 estaba en plena actividad, presentando el disco Mi sueño. A bolero songbook, su primer trabajo exclusivo de boleros con temas que había seleccionado minuciosamente, cuando la muerte lo sorprendió. Venía de una gira por Europa y empezó a sentirse mal. En el avión había manifestado que le faltaba el aire. Así que, cuando llegó a la capital cubana, quedó internado en el hospital donde falleció a los 78 años.

Tuvo una vida dura. Pero, en el ocaso, pudo lograr todo aquello que había deseado y por lo que tanto había luchado. Su tercer disco solista incluía canciones como Perfidia, Quiéreme Mucho, Perfume de gardenias y Mil congojas. De joven, le habían dicho que no tenía voz para cantar boleros, que era lo que él más quería. Sin embargo, cuando ya había bajado los brazos, la vida le dio revancha. Y hoy sigue siendo recordado como uno de los mayores representantes de la música cubana, incluyendo esos boleros que tan bien hacía sonar con su inigualable voz.