La atropellaron tres veces, le gatillaron en la cabeza y pasó por 32 cirugías: “A mi mamá le dijeron que prepare el velatorio”

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La noche del 29 de julio de 2015, María Belén González regresaba a su casa después una jornada de 24 horas de trabajo. Tenía 22 años y vestía el uniforme de la Policía Bonaerense: prestaba servicio en el Comando de Patrullas de Avellaneda. Tras terminar su turno, tomó un colectivo rumbo a San Francisco Solano, al sur del conurbano. Al bajar, se cruzó con su tía y decidió acompañarla unas cuadras hasta su casa.

Mientras caminaban juntas, escucharon el motor de un auto acelerar con fuerza. Cuando se dio vuelta, el vehículo estaba casi encima de ellas. “Empujé a mi tía, pero no pude esquivar el coche. Me embistió desde atrás y quedé sobre el capot. Caí al suelo y me pasó por arriba. Luego dio marcha atrás y volvió a pisarme”, cuenta. Al ver que no se movía, uno de los delincuentes bajó del auto y le robó el arma. Trató de dispararle, pero el tiro no salió porque la pistola tenía puesto el seguro. Entonces subió de nuevo al coche y, antes de escapar, la atropelló por tercera vez.

Esta semana se cumplieron diez años de aquel ataque. María Belén ya no es la joven de mirada luminosa y pelo rubio que vestía el uniforme con orgullo y soñaba con hacer carrera en la Policía. Hoy tiene 32 años, es mamá de un niño de seis llamado Izán y, aunque logró conservar la pierna que los médicos pensaban amputar, nunca volvió a caminar del todo bien. Tampoco pudo regresar a la Fuerza.

La Policía a mí me abandonó. Pedí ayuda y me dieron vuelta la cara. En Estados Unidos, a un oficial herido le rinden honores. Acá, en cambio, se olvidan de nosotros. Estamos completamente desamparados”, asegura en charla con Infobae y dispone a desempolvar los recuerdos de esta última década en la que volvió a empezar de cero.

Junto a su hijo Izán de 6 años. Los dos son fanáticos de Boca

Dos meses de internación, 32 cirugías y un llamado especial

Después de ser atropellada tres veces, María Belén quedó tirada en la calle, inmóvil, y con múltiples fracturas. Los médicos del hospital Arturo Oñativia, el primero en recibirla, no eran optimistas: tenía lesiones graves en piernas, clavícula, cadera, fémur, tibia, peroné, pelvis y cráneo. “A mi mamá le dijeron que prepare el velatorio”, recuerda.

Fue trasladada de urgencia al Hospital El Cruce, en Florencio Varela, y de ahí a la clínica Fitz Roy, donde empezó un largo proceso de cirugías. “Estuve internada dos meses. En ese tiempo me reconstruyeron todo. Las operaciones duraban muchas horas. Mi pierna derecha estaba para amputar, pero gracias a Dios lograron conservarla”, cuenta.

En total le realizaron 32 cirugías. “Sufrí muchísimo. Hubo un momento en el que tiré la toalla: no quería operarme más. Estaba cansada de que me dieran medicamentos todos los días y de que me pincharan para sacarme sangre todas las mañanas”, agrega.

En ese pozo apareció una chispa de motivación. “Un día vino a visitarme una compañera de trabajo, Andrea Carnet, y me preguntó cuál era mi sueño. Le dije que era conocer a Carlos Tévez. Y de un día para el otro me llamó por teléfono. En realidad, primero la llamó a mi mamá: ‘¿Usted es la madre de María Belén? Habla Carlitos Tévez’. Mi mamá no lo podía creer. Mi papá, fanático de Boca, lloraba de la emoción”.

Belén recuerda la secuencia y se le agranda la sonrisa: esa llamada le cambió el ánimo. “Estaba a punto de entrar a una nueva cirugía, sin ganas. Cuando lo escuché me puse a llorar. Le dije: ‘No puedo creer que estoy hablando con vos’. Él me preguntó cómo estaba y me dijo: ‘Quiero que entres al quirófano y salgas bien. Lo vas a lograr’. Me dio un montón de apoyo. Después intentó venir a la clínica, pero se filtró la información y se llenó de periodistas. No pudo. Lo mismo pasó en mi barrio: se supo y se llenó de gente. Al final nos encontramos en la Casa Amarilla (NdR.: el predio donde entrena Boca). Yo ya caminaba. Él fue mi motivación. Cuando lo vi en persona, le dije: ‘Vos a mí me salvaste la vida’”.

María Belén con Carlos Tévez, el día que se conocieron en Casa Amarilla y él le regaló su camiseta

“Volví a nacer”

En octubre de 2015, después de dos meses de internación y más de 30 cirugías, María Belén recibió el alta. Unos días antes, algunos canales de televisión fueron a entrevistarla a la clínica. En uno de los reportajes, cuyo video encabeza esta nota, la policía aseguraba: “A mí en parte me destrozaron la vida, porque ahora me dan miedo muchas cosas. Hacer mi vida es volver a empezar de nuevo. Es como que volví a nacer”.

“¿Cómo te imaginás cuando salgas de acá?“, le preguntó una periodista. “Quiero volver a ser la de antes. Esa chica que tenía energía. También me gustaría volver a la Fuerza. Amo ser policía”, soñaba María Belén, al borde de las lágrimas.

La rehabilitación duró cuatro años. El primer obstáculo fue lo más básico: sentarse. “Me costaba muchísimo. A mí me sentaban y yo temblaba. Llegué a mi casa en silla de ruedas, después pasé a un andador, seguí con férulas, botas… un montón de cosas”, recuerda.

Lo físico fue una parte. Pero lo emocional pesaba igual o más. “Pasé de ser una mujer de 22 años a ser una nena. Mi mamá y mi papá me llevaban en silla de ruedas hasta el baño y me bañaban entre los dos. Todo me insistían con la terapia, pero yo no quería saber nada ni con los psicólogos, ni con psiquiatras. A mí me sacó adelante mi perro Ramsés y su compañía incondicional”, asegura.

Con el tiempo, y a fuerza de paciencia, María Belén empezó a reconstruirse. “Estaba todo el día metida en el centro de rehabilitación. No era solamente la pierna derecha, era empezar a mover cada parte de mi cuerpo. Me dolía todo y sufría porque no podía hacer una vida normal. En mi casa me trataban como una nena y yo quería volver a encontrarme con la mujer que había sido”, dice.

Y aunque pasaron diez años, todavía arrastra secuelas: “Me quedó una discapacidad: tengo una pierna un poco más corta y dolores. La humedad me mata. Sigo medicada, pero bastante mejor de lo que estaba”.

Con su perro Ramsés, pieza clave en su rehabilitación

Ser mamá

El 1º de abril de 2019, María Belén fue mamá de Izán. Aunque lo cría sola, ser madre le dio la fuerza que necesitaba para seguir. “Creo que Dios me lo mandó para completar la felicidad que yo necesitaba”, dice. “Él siempre me dice: ‘Mami, yo te amo’. Es un nene muy maduro… entiende todo. Si yo no puedo levantarme porque estoy con dolor, me busca la pastilla y me la trae con un vaso de agua. Soy muy feliz con mi hijo”, agrega.

A diario lo lleva al colegio y los fines de semana lo acompaña al club del barrio a jugar a la pelota: “Amo ir a alentarlo los domingos. Él tiene sus amiguitos y con las mamás nos hicimos un grupo muy lindo también”. Izán es hincha de Boca, como ella, y socio del club. “Cada vez que podemos vamos juntos a la Bombonera. Al debut de Paredes fuimos. Nos cantamos todo. Una alegría…”, cuenta.

El nombre se lo puso por Izán Llunas, el actor que protagoniza la serie de Luis Miguel en Netflix: “Yo amo a Luismi. Un día estaba mirando la tele y lo vi al chico que hace de él en su infancia cantando en el programa de Marcelo Tinelli. Justo esa tarde me habían confirmado que esperaba un varón. En ese momento supe cómo se iba a llamar mi hijo”.

“Creo que Dios me mandó a mi hijo para completar la felicidad que yo necesitaba”, dice María Belén

Cicatrices

Diez años después del ataque, el caso sigue impune. Según cuenta María Belén, no hay detenidos, el arma que le robaron jamás apareció y el auto con el que la atropellaron tres veces apareció quemado poco después del ataque. Aunque la causa continúa abierta, no hubo avances significativos y ella ya no espera justicia.

Tampoco espera volver a ponerse el uniforme. Si bien recuerda con cariño su vocación inicial —ese deseo de ser policía para ayudar a los demás—, hoy mira a la institución con desencanto. “La Policía a mí me abandonó”, repite. “Si tuviera que aconsejar a alguien que piense en sumarse a la Fuerza, le diría que estudie, que no sea policía. Hoy muchos entran porque no hay trabajo y necesitan un sueldo. Pero siempre digo lo mismo: si no lo hacés por vocación, te vas a chocar contra la pared”, agrega.

En lo económico, el ataque también la dejó desprotegida. Mientras estuvo en rehabilitación, cobró un subsidio, pero al ser pasada a retiro ese ingreso fue dado de baja. Tuvo que asesorarse legalmente para poder volver a percibirlo. Como si fuera poco, la casa que le habían prometido en Ezeiza nunca se concretó. “Hace seis años que estoy alquilando”, cuenta.

Con el tiempo, su escala de valores cambió. “A veces la gente se hace mala sangre porque pierde el colectivo, porque se pelea con alguien… y yo digo: ‘¿No se dan cuenta del valor de la vida?’”, reflexiona. Hoy encuentra felicidad en lo cotidiano: en su hijo Izán, en las juntadas familiares y en los partidos de Boca. El pasado 29 de julio, como hace desde hace una década, celebró su segundo cumpleaños. “Hicimos una pijamada con mis hermanas y mis sobrinas en casa. Preparamos unas pizzetas y miramos películas”, cuenta.

Las huellas físicas quedaron. “Sí, tengo cicatrices —dice—. Pero las tapé con tatuajes: los nombres de las personas a las que amo y, por supuesto, algo de Boca”. Lo hizo para darles otro sentido, para que cada marca ya no duela, sino que le recuerde todo lo que es capaz de hacer.