Luján, 4 de octubre de 2025. Bajo un cielo que amanece, miles de pies se ponen en marcha. Es la 51ª Peregrinación Juvenil a Luján, un ritual anual que convoca a más de dos millones de fieles, según estimaciones de años previos. Este año, el lema “Madre, danos amor para caminar con esperanza» resuena en las banderas y en los corazones de los peregrinos que parten desde la parroquia de San Cayetano en Buenos Aires, recorriendo unos 60 kilómetros hasta la Basílica de Nuestra Señora de Luján. No es solo una caminata; es un testimonio vivo de devoción, un eco de historias que se remontan a cuatro siglos atrás, donde la fe se entreteje con la identidad nacional argentina. En este recorrido, los jóvenes –y no tan jóvenes– llevan sus intenciones, sus dolores y sus alegrías a los pies de la Virgen, patrona de Argentina. Pero para entender la magnitud de este evento, debemos retroceder en el tiempo, desentrañar las raíces de estas peregrinaciones y explorar su simbolismo teológico, así como las figuras papales, próceres y santos que han visitado ese santuario.
La historia de las peregrinaciones a Luján comienza en 1630, en un episodio que parece sacado de una leyenda piadosa, pero que los documentos históricos confirman como el origen de un culto perdurable. Un hacendado portugués radicado en Sumampa, en la actual provincia de Santiago del Estero, encargó dos imágenes de la Virgen María desde Brasil para fomentar la devoción católica en las tierras del Río de la Plata. Las estatuas, de terracota y apenas 38 centímetros de altura, viajaban en una carreta rumbo al norte. Al llegar a ala estancia de Don Rosendo de Oramas, en las cercanías del río Luján –entonces conocido como Zelaya–, los bueyes se negaron a avanzar. Tras varios intentos fallidos, los carreteros descubrieron que, al retirar la caja con una de las imágenes, los animales se movían sin problema. Interpretado como un signo divino, la Virgen “eligió” quedarse allí. Este “Milagro del Lugar” marcó el nacimiento del santuario. La imagen, representando la Inmaculada Concepción, fue colocada en una humilde ermita de adobe construida por Manuel Costa de los Ríos, (el “Negro Manuel”) un esclavo africano que se convirtió en su custodio vitalicio y guía de los primeros peregrinos.
Desde entonces, devotos espontáneos comenzaron a llegar, atraídos por relatos de milagros y curaciones, iniciando las peregrinaciones más antiguas conocidas. En los primeros años, estas visitas eran informales: campesinos, indígenas y colonos que caminaban o cabalgaban hacia el sitio del milagro para rezar y ofrecer velas. Para 1671, la devoción había crecido tanto que al fallecer don Rosendo de Oramas, Doña Ana de Matos compra esos terrenos y hace trasladar la imagen a una capilla que manda a construir en su estancia en la ribera del rio Luján, pero –según la tradición– la imagen “regresaba” milagrosamente al lugar original, reforzando su aura sobrenatural. En 1685, se erigió la primera capilla permanente en Luján, financiada por donaciones de fieles. Durante el siglo XVIII, las peregrinaciones se institucionalizaron con procesiones anuales en mayo, coincidiendo con la fiesta de la Virgen el 8 de ese mes. La Revolución de Mayo de 1810 y las guerras de independencia incorporaron a Luján al imaginario nacional: soldados y líderes independentistas invocaban a la Virgen como protectora. En 1824, el futuro Papa Pío IX, entonces sacerdote Juan Mastai Ferretti, visitó el santuario durante su viaje por América, bendiciendo su expansión. El siglo XIX vio un auge en las peregrinaciones organizadas. En 1887, el Papa León XIII autorizó la coronación canónica de la imagen, un evento que atrajo a 40.000 fieles –una cifra impresionante para la época– y consolidó Luján como centro mariano regional. La ceremonia, con una corona de oro engastada en joyas, simbolizó el reconocimiento papal y atrajo peregrinos de Paraguay y Uruguay, países que compartirían su patronazgo en 1930. La construcción de la actual basílica neogótica, iniciada en 1890 por el arquitecto francés Ulderic Courtois y concluida en 1935, transformó el sitio en un monumento imponente: 104 metros de largo, torres de 106 metros y 15 campanas que repican durante las fiestas.
Esta obra no solo embelleció el santuario, sino que facilitó peregrinaciones masivas, como las de trabajadores que comenzaron en 1893, organizadas por sindicatos católicos en respuesta a la encíclica Rerum Novarum de León XIII, abogando por derechos laborales bajo la protección mariana. El siglo XX trajo modernización y expansión. En 1934, durante el Congreso Eucarístico Internacional en Buenos Aires, el cardenal Eugenio Pacelli –futuro Pío XII– visitó Luján, presagiando su declaración como patrona de los tres países en 1930.
Las peregrinaciones se diversificaron: en 1974, San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, peregrinó al santuario, orando por la unidad cristiana. Pero el hito moderno es la Peregrinación Juvenil, iniciada en 1975 por iniciativa de la Comisión de Piedad Popular de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Inspirada en el Concilio Vaticano II y el espíritu de renovación juvenil, comenzó con unos pocos miles y creció exponencialmente. En 1982, durante la Guerra de Malvinas, el Papa Juan Pablo II visitó la basílica, celebrando una misa al aire libre ante 300.000 fieles y obsequiando una Rosa de Oro, un gesto papal de devoción mariana.
Esta visita impulsó las peregrinaciones, que en los 90 y 2000 superaron el millón de participantes anuales. En las últimas décadas, las peregrinaciones han evolucionado con la sociedad. La de 2024, la 50ª juvenil, atrajo a más de 2,3 millones bajo el lema “Madre, bajo tu mirada buscamos la unidad”, reflejando temas de reconciliación post-pandemia. Estas marchas no solo honran la Virgen, sino que abordan temas contemporáneos como la paz, la justicia social y el cuidado ambiental, convirtiendo Luján en un faro de fe viva. Más allá de la historia, las peregrinaciones a Luján encierran un profundo simbolismo teológico, arraigado en la tradición católica. En la teología, el peregrinaje representa el viaje terrenal hacia el cielo, un éxodo espiritual que evoca el éxodo bíblico de los israelitas o el camino de Emaús de los discípulos. Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, las peregrinaciones son “ocasiones especiales para la renovación en la oración“, simbolizando la búsqueda del encuentro con lo trascendente y la conversión interior. En Luján, este simbolismo se materializa en el acto de caminar: cada paso es una ofrenda de esfuerzo, una metáfora de la vida como peregrinación llena de fatigas y esperanzas, culminando en la llegada al santuario, que representa la Jerusalén celestial. Teológicamente, el peregrinaje implica penitencia y comunión. San Juan Pablo II lo describió como “un signo de la condición del discípulo que sigue al Señor”, enfatizando la dimensión comunitaria: no se peregrina solo, sino en fraternidad, reflejando la Iglesia como pueblo en marcha, un signo total de contradicción con las nuevas tendencias político-filosóficas que se intentan imponer y que empujan a los jóvenes a un individualismo exacerbado, donde el prójimo (la otredad) no solo molesta y estorba; sino que cualquier cosa que le ocurra a otra persona no me debe importar en absoluto; porque es un obstáculo para mi ascenso social. Ideas claramente y totalmente incompatibles con quienes profesan la de en Cristo y forman la Iglesia. Bien nos lo aclara Jesús mismo en el evangelio de san Mateo 6.24: “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a los que prometen poder y riquezas”.
En el contexto mariano de Luján, la Virgen simboliza la mediadora maternal, que guía en la oscuridad de los tiempos actuales. El milagro original –la imagen que “se queda”– evoca la encarnación: Dios que elige habitar entre los hombres, invitando a los fieles a “quedarse” en su presencia. Además, el peregrinaje fomenta la virtud de la esperanza, como en el lema de 2025, alineándose con la teología paulina de Romanos 5:5, donde el amor de Dios infunde esperanza en el corazón.
Críticos modernos ven en estas marchas un acto de resistencia cultural, pero teológicamente son un recordatorio de la transitoriedad humana y la llamada a la santidad. Los papas han jugado un rol importante en elevar el estatus de Luján. Aunque solo uno visitó físicamente la basílica, muchos la honraron remotamente. Clemente XI y Clemente XIV enviaron indulgencias en el siglo XVIII. Pío VI y Pío IX, este último como visitante en 1824, promovieron su devoción. León XIII bendijo la coronación en 1887, un acto que atrajo multitudes. Pío XI la declaró patrona en 1930, con Pacelli –futuro Pío XII– firmando el decreto; este último la visitó en 1934 y, como papa, la alabó en radiomensajes. Juan Pablo II, en 1982, fue el único pontífice en pisar el santuario, en un contexto de guerra: su misa por la paz y la Rosa de Oro simbolizaron consuelo nacional. Francisco, como arzobispo de Buenos Aires, peregrinaba anualmente; como papa, ha bendecido réplicas y enviado mensajes, como en 2021 para la fiesta del 8 de mayo, enfatizando la Virgen como “madre del pueblo”. En 2019, bendijo estatuas de Luján en el Vaticano, y en septiembre de este 2025, una imagen suya se instaló en los Jardines Vaticanos, honrando su legado. Los próceres argentinos, forjadores de la nación, encontraron en Luján un símbolo de unidad e independencia. Manuel Belgrano, creador de la bandera, invocó a la Virgen bajo la advocación de la Merced, durante las campañas libertadoras; en 1813, le ofrendó trofeos de batalla tras la victoria de Tucumán; José de San Martín, el Libertador, proclamó a la virgen del Carmen de Cuyo como “Generalísima del Ejército” en 1817, y sus soldados llevaban su escapulario. Durante la Guerra de Independencia, Luján sirvió de refugio y punto de oración para figuras como Cornelio Saavedra y Mariano Moreno. En el siglo XX, la Virgen de Luján se convirtió en patrona de la policía federal, de los ferrocarriles, de la provincia de Buenos Aires, del transporte público; y posee más de 250 templos, capillas y parroquias en nuestro país llevan su nombre; y también hay congregaciones religiosas que están bajo su patronazgo como ser las “hijas de Nuestra Señora de Luján” fundada el 24 de noviembre de 1893 en Moreno, provincia de Buenos Aires, por la hermana Serapia Sierra.
La visitaron, también, presidentes de la Argentina como Bartolomé Mitre y Perón, quien además el día 15 de noviembre de 1953, en la Plaza de Mayo, con la presencia del Cardenal Legado Papal, Mons. Dr. Santiago Luis Copello, coronó una imagen peregrina de nuestra señora de Luján. Mas en la actualidad Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Mauricio Macri, Y Alberto Fernández visitaron el Santuario; también lo hizo la presidente de Croacia Kolinda Grabar-Kitarović.
La basílica no solo alberga a la taumaturga imagen, sino que también guarda los restos del Beato Cardenal Eduardo Pironio, devotísimo de la virgen de Luján y del Siervo de Dios Jorge María Salvaire promotor clave y apóstol de su culto, y el impulsor y constructor de la actual Basílica Nacional. Llegó a Argentina en 1871, se enamoró de la devoción a la Virgen de Luján, y tras una experiencia de cautiverio, prometió difundir su culto y edificarle un templo digno, lo cual logró al iniciar la construcción de la monumental Basílica.
Y no olvidar a los santos asociados a Luján que enriquecen su aura espiritual, figuras como Mama Antula, el cura Brochero, Don Orione, Ceferino Namuncurá, Artémides Zatti, Monseñor Enrique Angelelli, Padre Gabriel Longueville, Padre Carlos Murias, Wenceslao Pedernera, Mamerto Esquiú, María Ludovica de Angelis, Enrique Shaw, Madre Camila Rolón, todos ellos y muchos otros peregrinaron a su altar.
La peregrinación a Luján es mucho más que un camino religioso: es el reflejo de un pueblo que, paso a paso, construye comunidad. Cada año, millones de fieles avanzan juntos, sin distinción de origen, edad o condición, unidos por la fe y el deseo de un país mejor. En ese andar compartido, hecho de gestos simples y solidarios, se revela una Argentina profunda: la que cree en el otro, la que abraza y espera. Caminar a Luján es también creer que todavía es posible ser una nación de hermanos, donde nadie quede solo y todos encuentren consuelo y esperanza.