Por el aumento del consumo de drogas, cada vez nacen más bebés con síndrome de abstinencia

0
12

“Rotos”, el primer episodio del podcast Lo real real de Revista Anfibia.

Esta nota fue publicada originalmente en Anfibia

Ana trabaja en neonatología de un hospital público desde hace 29 años. En la puerta de la sala hay una cámara que médicas y enfermeras instalaron artesanalmente. Una noche Ana se pone a ver la grabación y algo le resulta extraño. Mira una y otra vez: ¿Es lo que ella cree? Retrocede y vuelve a poner play hasta que no le quedan dudas. Un hombre le vende droga a una mujer que tiene a su bebé en neo. La escena (real) es una parábola contemporánea: aumentó el consumo en mujeres embarazadas y puérperas que termina con niños recién nacidos internados por Síndrome de Abstinencia Neonatal (SAN).

Tienen convulsiones, fiebre, diarrea, vómitos, temblores. No duermen. Lloran sin consuelo. Literalmente, nadie puede calmarlos. Ni la madre. No lloran porque “los bebés lloran”, lloran porque tienen abstinencia. El SAN es ese conjunto de síntomas que pueden ocurrir por haber estado expuestos a sustancias psicoactivas. En marzo de 2025, en un hospital del conurbano bonaerense, había cinco incubadoras ocupadas con bebés -como dicen en la jerga- “judicializados” por temas de consumo. En otro, circulaba un pedido informal: “Hola, gente, hay 8 bebés abandonados en neonatología por distintos motivos (la mayoría por adicciones), no tienen a nadie que les lleve cositas, deben permanecer ahí para ser estabilizados y las enfermeras están pidiendo donaciones”.

Es un secreto a voces, y ocurre en todo el país. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las y los profesionales de maternidades de alto prestigio están preocupados por el tema y muy interesados en hablar con Revista Anfibia. Pero las reiteradas solicitudes al área de prensa del Gobierno de la Ciudad, oportunamente recibidas, no fueron respondidas.

En otra sala de neo, la del Hospital Mercante de José C. Paz, la luz es tenue. Hay espacio entre las incubadoras para que las enfermeras puedan maniobrar y las familias acompañen de cerca si el comienzo de la vida no resultó fácil. Un pitido intermitente marca el pulso de la sala y cada tanto se convierte en alarma. Una mamá se extrae leche, un bebé pesó 800 gramos y a otro le cuesta adaptarse a respirar. Patricia Rosenberg, directora asociada del Hospital, afirma que los casos de consumo durante el embarazo aumentan con velocidad y que es mejor dejar de hacer como que no lo vemos. Veámoslo, entonces.

Si bien lo que más se reporta es el consumo de tabaco o alcohol, según el Ministerio de Salud entre el 5% y el 10% de las personas gestantes dice haber usado drogas ilícitas durante el embarazo. En estudios toxicológicos de poblaciones de alto riesgo, el número puede trepar hasta 40%. El fenómeno es global: la brecha de los consumos entre varones y mujeres tiende a disminuir, y cada vez se empieza más temprano. En Estados Unidos, en plena crisis de opioides, ya existen centros especializados para atender a bebés con SAN.

Pero volvamos a Argentina, específicamente a Villa Adelina, a la casa en donde vive Cintia. Es un ambiente con piso de cemento y una sola ventana. Como todavía hace calor en Buenos Aires, creó un remolino con tres ventiladores. Hay una cucheta y una cama para sus tres hijos más grandes, y un futón abierto en el que duerme ella con su bebé de casi un año. Está todo tan ordenado que en el horno se descubren guardadas las zapatillas. Arma el mate: un tercio de yerba, un tercio de azúcar y otro tercio de yerba. A los que no le agrega una cucharadita de azúcar extra en la cebada los llama “amargo”.

—Ya tiene dientitos… —comentamos sobre su bebé, que deambula por la habitación.

—¡Tiene más dientes que la mamá! —responde Cintia entre risas, oscura y fresca a la vez.

Cintia condensa, en la historia de su vida, varios de los datos que escuchamos a diario: el que dice que 8 de cada 10 hogares monoparentales están a cargo de una mujer; el que subraya que las jefas de hogar con dos o más niños a cargo dedican 10 horas y 11 minutos por día a los cuidados mientras el promedio general de los varones es de 3 horas y media; el que indica que las brechas de género en la actividad económica se mantienen a lo largo de toda la vida.

Lo primero que Cintia recuerda de su niñez es a su abuela Juana enseñándole a tomar mate. Era el refugio al que acudía cuando su casa se volvía violenta: “Mi mamá no me quería”, dice. Cuando la abuela Juana murió, Cintia ya no supo a dónde ir. Conoció al papá de sus primeros hijos, quedó embarazada y trató de “armar una familia”. Pero quedó enredada en consumos.

“¿Qué no consumía? Todo lo que sea droga, lo consumía yo. Y recaí mal, mal, mal, mal, mal, llegué a pesar 40 kilos (…) Estuve ocho años en consumo. Perdí a mi abuela, perdí bebés, me operaron, casi me muero. Recaí en la violencia con el papá de mis hijos…”

Así suena una de las protagonistas del primer episodio del podcast “Lo real real / crónicas del estado emocional argentino”, producido por Anfibia Podcast y conducido por Cristian Alarcón. Lo real real permite un espejo en las emociones de la época, desde las que matan hasta las que crean y salvan. Nos invita a animarnos a bucear en este momento que tanto nos intriga, nos empobrece, nos desespera. ¿Será que para entender lo que somos, hay que mirar lo que preferimos no ver? ¿Estamos tan rotos? ¿Queda salida?

La mamá de Cintia denunció la desprotección de los nietos en la Justicia y ella se los entregó para que los cuidara, porque ella estaba cada vez peor. “Yo no dormía. Me quedaba amanecida, iba en mal estado a llevarlos al jardín”, recuerda. Estuvo varios años sin sus hijos. Hasta que un día, de gira, se miró en el espejo. Era piel y hueso. Sintió que era un límite y se dijo: “¿Flaca, qué estás haciendo? ¿No te das cuenta? (…) ¿Te vas a seguir haciendo mierda hasta morir?”

Entonces empezó el camino para recuperarse. Quiso visitar a los hijos, pero su mamá no la dejó: “Dios me castiga por haber sido una mala madre”, pensó. La Asociación Intercambios hizo un estudio cualitativo en el que entrevistaron a 62 mujeres embarazadas y puérperas en consumo. La mayoría tiene “juicios de valor negativos respecto a las mujeres que, siendo madres, consumen sustancias psicoactivas”. O sea, ellas mismas. Eso se convierte en culpa, reproches y en temor a ser denunciadas o a no ser atendidas en el sistema de salud.

Cintia logró salir del rulo y fue a un hospital. Le hicieron estudios y le dijeron que no estaba enferma, que no se iba a morir. Estaba embarazada. Meses después nació Oseías. El examen toxicológico del bebé dio negativo, pero era Semana Santa y la resolución de la Justicia se demoraba: Cintia pasó varios días internada y se fue poniendo nerviosa.

“No venía la asistente social, no venían del juzgado y yo tenía ganas de matar a todo el mundo, sinceramente. Me peleé con una doctora porque me dice que yo estaba enferma (…). Y le digo: ¿Por qué me decís así? ¿Porque soy una ex drogadicta? ¿Tengo un mal prontuario?” Gustavo Zbuczynski es director de la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina y plantea: “Hay una paradoja en el triunfo social del capitalismo y la sociedad de consumo, que es que deja afuera al que más consume”. La perspectiva de reducción de daños apunta a no criminalizar a quien consume y, en cambio, aportarle herramientas de cuidado.

Aquel día de locura, Cintia conoció a Guillermina, la puericultura del Hospital materno infantil de San Isidro. Católica, de voz calma. Una mujer que sintió la llamada de Dios de grande, después de tener hijos y perder un embarazo. Primero se sumó a la Cooperadora para la Nutrición Infantil (fundada por Abel Albino, pediatra conocido por oponerse al aborto, al preservativo y a la homosexualidad). Luego, allí dentro, creó Alégrate Madre, una traducción posible de “Ave María”. La organización ayuda a embarazadas en situación de vulnerabilidad.

Guillermina es paisajista y eso la hace observar con agudeza: “Las plantas hablan, tienen un lenguaje expresivo y hay que saber interpretarlas”, dice. Lo mismo ocurre con la maternidad: “Se trata de mirar y comprender a un bebé”. Y lo mismo con su misión: “Podés sentir a esa mamá que viene, ver cuál es el lado por el que te parece que va a ir y ayudarla a desarrollarse en eso que te muestra”.

Fue la única que se animó a abrir la puerta de la habitación del hospital, porque Cintia gritaba y gritaba. “Ningún médico quería entrar, hasta que dije: ‘yo voy’”, recuerda. La encontró enojadísima: esta vez ella no había consumido, no quería que la castigaran por su pasado. Guillermina le prometió que se iba a ir con su bebé, y cumplió.

***

El consumo de sustancias durante el embarazo representa una problemática de salud pública. En junio de 2025, la Sociedad Argentina de Pediatría publicó una campaña de concientización: “… durante la gestación, el consumo de sustancias psicoactivas (alcohol, marihuana, cocaína, éxtasis, ácido lisérgico, etc.) tanto sintéticas como naturales afectan el desarrollo de la organogénesis. (…) No existe dosis segura dentro de las sustancias psicoactivas y esto puede ser desencadenante de complicaciones obstétricas (…) como la restricción de crecimiento intrauterino (RCIU), abortos, partos prematuros, eclampsia, entre otros trastornos, que pueden comprometer la vida del binomio”, escribieron. Hay varias líneas de debate. Por ejemplo, qué criterios usar para pedir dosaje en orina. El consumo personal no está penado, así que no es esa la cuestión: la cuestión es tomar decisiones, como qué hacer con la lactancia en estos casos (si suspenderla hasta que dé negativo o inhibirla). En 2022 el Ministerio de Salud de Nación publicó unas recomendaciones para la prevención del consumo perinatal —embarazo, parto y puerperio— para poner el tema en agenda, actualizar los conocimientos disponibles y aportar un enfoque desde la salud mental.

Ahí se destaca lo difícil que es establecer relaciones causales entre una sustancia psicoactiva y los efectos adversos. En gran parte, por los principios de la teratología (la rama que estudia anomalías del desarrollo del embrión), que toma en cuenta el bagaje genético de la gestante, la edad gestacional al momento del consumo, el tipo de sustancia (alcohol, cannabis, cocaína, opioides, benzodiazepinas, anfetaminas, alucinógenos). Por eso se habla de “espectro de efectos”, entre los que aparecen la restricción de crecimiento uterino, los partos adelantados, un menor peso al nacer, microcefalia, dismorfias faciales, déficit del lenguaje, déficit atencional. También aumenta el riesgo del síndrome de muerte súbita del lactante.

Aunque la publicación proponía un abordaje integral para el personal de salud, muchas mujeres evitan el sistema. No se priorizan, temen perder a sus hijos y no quieren ser juzgadas. El estudio de Intercambios lo resume bien: no figuran en las estadísticas, el tabú las obliga a ocultarse, la discriminación las expulsa y la falta de apoyo les impide cuidarse o acceder a tratamientos.

Sin controles prenatales ni información sobre consumos, el abordaje médico es a ciegas. Verónica Tejeiro, neonatóloga del Hospital Evita de Berazategui, describe lo que se encuentran: bebés irritables, temblorosos, con problemas respiratorios o convulsiones. Ante eso, se deduce, se piden los exámenes y se actúa. Primero con cuidados no farmacológicos —ambiente calmo, contacto piel a piel, alimentación a demanda— y, si hace falta, con medicación.

En 2024, el medio cordobés Ruido relevó casos en Córdoba, Sante Fe y Buenos Aires y documentó que las muestras positivas aumentaron hasta 128% en un año. Por ejemplo, citan, según datos del hospital Mariano y Luciano de la Vega (partido de Moreno, Provincia de Buenos Aires), el 1,65% de los bebés nacen expuestos a alguna sustancia, principalmente cocaína. Marcela Aznarez y Gisella Perez, psicólogas del Hospital Berazategui ven en su cotidiano el aumento. Gisella dice que cuando entró a trabajar, 13 años atrás, una persona embarazada en consumo era una excepción. Ahora, en cambio, calcula que son cuatro de cada diez. El abordaje es interdisciplinario: articulan con el servicio Ramón Carrillo (centro de salud mental) y uno de los dispositivos territoriales de Sedronar (Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina).

Gisella se ocupa de los bebés de la neo del Berazategui. Cuenta: “No hay quien los calme. Los bebés no tienen demasiadas herramientas, entonces se manifiestan a través del llanto, de posiciones corporales como en El Exorcista. Es como: mirame, mirame”. Ella propone estimulación temprana: “Hacemos que la mamá vea que ella tiene algo que hacer con ese niño, porque a veces no ven que ese bebé es otro ser humano que necesita cosas”. Gisella sabe que no puede perder ni un segundo, porque “un bebé no cuidado se convierte en un adulto descuidado”.

Marcela acota: “Es bueno trabajar su historia, el contexto, y citar a la familia para que cuando ese bebé se vaya pueda tener una red de contención sana, saludable, ahí aparece la figura de las abuelas”. La Argentina actual, para ella, es una preocupación: “Con estas políticas de odio, de no construir y no pensar en un otro, pareciera que el adicto es un estorbo (…) La persona se tira a un estado de ‘nadie me ve, no le importo a nadie’, te dicen mucho esto las mamás”.

En Argentina, la Ley Nacional de Salud Mental y el Plan Integral para el Abordaje de los Consumos Problemáticos prevén la creación de centros de prevención y acompañamiento. Actualmente, la red federal de Sedronar tiene más de 190 dispositivos. Según un relevamiento sobre su número telefónico (el 141), 7 de cada 10 mujeres que llaman lo hacen para pedir ayuda para otros. Cuando se trata de ellas, es difícil que se cuiden. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), de cada seis personas en tratamiento en el mundo, solo una es mujer. Hay coincidencia en que una de las barreras más contundentes con las que se encuentran es que pocos tratamientos integran a los hijos. ¿Con quién los dejan? ¿Por qué deberían querer dejarlos en algún lado?

En 2014 se inauguró la Casa Educativa Terapéutica “El Puerto”, en Luján. Fue el primer centro de asistencia de las adicciones del país orientado a mujeres embarazadas o con hijos pequeños que atravesaban consumos problemáticos. En 2021, en San Martín, abrió la Casa Comunitaria Convivencial La Marabunta, orientada a mujeres cis, lesbianas, travestis, trans y no binarias, y allí también se puede ir con hijos e hijas. En Alégrate Madre tienen la misma política. Por eso a Karen, otra mujer que consumió durante sus embarazos, los grupos le funcionan. Puede venir como hoy, con una niña sonriente a upa.

Karen tiene los cachetes rozagantes, el pelo atado y una remera con brillos. Vive en la Provincia de Buenos Aires, en el Barrio Uruguay, en la casa de su mamá, que fue quien cuidó a sus hijos cuando ella no podía. Si salen a tomar mate tienen que chequear que no se agarren a los tiros porque los de la Banda del Millón se le instalaron a metros. “El barrio está lleno de transas”, dice. Quince años atrás no era así y Karen tenía que ir hasta la 1-11-14 para comprar. “Estaba de ocho meses y viajaba con mi hija más grande cuatro horas para conseguir”, cuenta. Consumía cocaína cocinada con bicarbonato y agua, quemada con encendedor.

Sus años en consumo, ahora que los recuerda, le parecen una mierda: “Estuve seis días amanecida, sin comer, sin dormir, pasé frío. Cuando consumís no sentís si llueve, no me daba cuenta ni de que me estaba mojando”.

Un día de principios de 2024, Guillermina y otras mujeres salieron con la guitarra por el Barrio Uruguay a tocar el cancionero:karen

“Dulce doncella, te seguiré,

Tú eres mi estrella, te alcanzaré,yo sé que sí”

De pronto, de un pasillo, se asomó Karen. Flaquísima y con una panza pequeña. Guillermina se acercó y le dijo que había otro camino para ella. Le preguntó si le podía tocar la panza, Karen aceptó, y la bebé justo se movió. Se miraron y Karen se puso a llorar. “Yo creo que ahí hubo una conexión muy grande. Les pasa muchas veces a estas mujeres, que está como cortada la sensación con ese bebé que está dentro”, reflexiona. Guillermina le dijo que iba a estar en el hospital, que la esperaba, que podía ir cuando quisiera.

Días después, Karen cayó internada, había tomado demasiadas pastillas, había mezclado de todo. Guillermina la fue a visitar y Karen empezó a participar de los grupos. Primero a regañadientes, después contenta. Con 7 meses de embarazo, pudo dejar. “El doctor me dijo que si me agarra una recaída que no le dé la teta, porque le puede afectar el cerebro y se puede morir. Pero no, le dije que no iba a pasar, yo siento que no me va a agarrar la recaída”, dice Karen. Hoy lleva una vida ordenada: visita al papá de la bebé en la cárcel y va al pediatra. En la última consulta, él se mostró preocupado por la lentitud en el crecimiento.

Existe evidencia sobre el impacto de las políticas públicas en el abordaje de esta problemática: por citar un ejemplo, el Plan Nacional interministerial de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (ENIA) logró una reducción del 55% en la tasa de embarazos en menores de 19 años entre 2015 y 2022. Ahora, está desmantelado. A partir de la Ley de Interrupción del Embarazo (IVE), Patricia Rosenberg dice que la mayoría de las mujeres que llegan a parir, lo hacen con ganas: “Hay que correrse del prejuicio de ‘la que consume no desea maternar’”, reflexiona.

Cintia dice: “Le pedía a Dios todos los días de que quería volver a ser mamá para una nueva oportunidad de vida”. El embarazo como el puerperio y la crianza son etapas de vulnerabilidad y transformación profundas. Así como pueden agudizar un cuadro de salud mental, como otra cara de la misma moneda, son una oportunidad para cambiar hábitos de consumos.

En el caso de Karen, fue tal cual: “Yo pensaba en mi hija, pensaba en mi bebé, que si yo seguía consumiendo, ella ahora no iba a estar sentada acá conmigo”. A Cintia le pasó lo mismo: “Pensé: no es justo para mí y tampoco es justo dejar solos a mis hijos.” Y mientras su bebé deambulador la muerde como una gracia, Cintia va por más: “A veces me pasa de que quisiera meterlos a todos ahí adentro (de mi panza) porque es en el único lugar donde están súper protegidos y no les pasa nada: no pasan hambre, no pasan frío porque están adentro mío y los puedo apapachar bien”.