San Roque de Montpellier: el legado del peregrino que desafió a la peste con una fe inquebrantable e inspira a millones de fieles

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San Roque es conocido como el patrono de los perros

En el corazón del calendario católico, el 16 de agosto resplandece con la memoria de San Roque de Montpellier. ¿Por qué muestra su herida? ¿Cómo llegaron sus restos a Venecia? ¿Qué significa su devoción en Argentina? Veamos.

Roque nació alrededor de 1348 en Montpellier, entonces parte del Reino de Mallorca, en una familia noble. Hijo de Juan, gobernador de la ciudad, y de Libera, una mujer devota, su nacimiento fue considerado milagroso, pues sus padres, ya ancianos, lo concibieron tras oraciones a la Virgen María. Según cuenta la tradición, Roque nació con una cruz roja en el pecho, un signo que, como escribe el hagiógrafo italiano Francesco Diedo en Vita Sancti Rochi (1478), anunciaba desde su cuna un destino de santidad y servicio.

A los 20 años, tras la muerte de sus padres, Roque renunció a su herencia y al Gobierno de Montpellier. Inspirado por San Francisco de Asís, se unió a la Tercera Orden Franciscana, vistió el hábito de peregrino y partió hacia Roma, donando sus bienes a los pobres. Su vida cambió al llegar a Italia, donde la peste bubónica devastaba ciudades. En Acquapendente, Cesena, Rimini y Piacenza, Roque se dedicó a curar enfermos, tocando sus llagas, rezando y haciendo la señal de la cruz. El escritor francés Jean-Paul Benoît, en Saint Roch: Vie et Dévotion (1985), relata: “Roque no temía a la peste; su fe lo convertía en un instrumento de la misericordia divina, sanando cuerpos y almas”.

En Piacenza, Roque contrajo la peste y fue expulsado de la ciudad. Refugiado en un bosque, construyó una choza de ramas y estuvo al borde de la muerte. Allí, según cuenta la tradición, un perro, propiedad del noble Gottardo Pallastrelli, le llevaba pan a diario y lamía sus heridas, mientras un manantial milagroso lo sustentaba. Recuperado, continuó su misión, pero al volver a Montpellier, irreconocible por los sufrimientos, fue arrestado como espía por su propio tío. Durante cinco años languideció en prisión sin revelar su identidad, fiel a su humildad. Murió el 16 de agosto de 1376 o 1379, y su cruz roja reveló su santidad. Como escribe Robert Ellsberg en All Saints (1997), “San Roque vivió en la sombra de la cruz, no solo en su pecho, sino en cada acto de caridad que lo llevó a la gloria”.

El templo de San Rocco, en Venecia

Pero lo que destaca en la iconografía de san Roque es su perrito y el milagro que, por medio del noble can, la providencia realizó; este es un símbolo universal de su devoción. El episodio, ocurrido en el bosque de Piacenza, cuenta cómo un perro robaba pan de la mesa de su amo para alimentar al santo enfermo, lamiendo sus llagas hasta sanarlas. Francesco Diedo describe este milagro: “El perro, enviado por Dios, fue el ángel terrenal que salvó a Roque, demostrando que la providencia actúa incluso a través de las criaturas más humildes”. Esta historia convirtió a San Roque en patrono de los perros, un rol que resuena entre los fieles que bendicen a sus mascotas cada 16 de agosto.

El escritor español Ricardo Fernández Gracia, en Patrimonio y Arte Navarro (2010), agrega: “El pan del perro no es solo alimento material, sino un signo de la Eucaristía, que sostiene la vida espiritual de Roque en su hora más oscura”. Esta narrativa ha inspirado oraciones y devociones, como señala el autor de U.S. Catholic (2020): “San Roque y su perro nos enseñan que la caridad puede venir de los seres más inesperados, un recordatorio de la bondad inherente en la creación”. En las procesiones, las imágenes de Roque con su compañero canino son un emblema de esperanza y lealtad.

Otro símbolo distintivo de las imágenes de este santo popular es que muestra una llaga en el muslo, emblema de su sufrimiento por la peste. Esta iconografía, popularizada tras la peste negra (1347-1351), refleja su experiencia como víctima y sanador. El teólogo alemán Hans Urs von Balthasar, en La gloria del Señor (1982), escribe: “La llaga de San Roque no es un signo de derrota, sino de victoria; muestra que el sufrimiento, ofrecido a Dios, se transforma en un camino hacia la santidad”. Aunque las fuentes ubican la llaga en la ingle, los artistas la trasladaron al muslo por decoro, un detalle que no resta fuerza a su mensaje. El autor de Construyendo culturas católicas (2018) explica: “La llaga expuesta de San Roque es un acto de transparencia espiritual, un testimonio de que la fe puede sanar incluso las heridas más profundas”. Esta imagen, acompañada del bastón de peregrino, la concha de Santiago y el sombrero de ala ancha, lo identifica como un santo itinerante, dedicado a los enfermos y los marginados.

En Argentina, muchos hospitales y barrios llevan el nombre de San Roque en homenaje a su figura, su protección y su fe. En la imagen, el Hospital San Roque de Gonnet, en La Plata

Aunque San Roque murió en Montpellier, sus restos reposan en Venecia, en la Chiesa di San Rocco, desde 1485. Durante las guerras y epidemias del siglo XV, las reliquias fueron llevadas desde Voghera, donde eran veneradas, para protegerlas de profanaciones. El traslado, envuelto en leyendas, fue un acto de fe de los venecianos, que veían en Roque un baluarte contra la peste. Francesco Diedo relata: “Cuando los restos de Roque llegaron a Venecia, la ciudad, azotada por la plaga, encontró consuelo; su presencia fue un milagro que detuvo la muerte”.

La iglesia se ubica en el sestiere de San Polo, Venecia, y fue construida entre 1489 y 1508. Este templo barroco, diseñado por Bernardino Maccaruzzi y renovado en el siglo XVIII, es un testimonio de devoción y arte. Su fachada sobria, con columnas corintias y un frontón triangular, contrasta con su interior opulento, donde destacan frescos y lienzos de Jacopo Tintoretto, como San Roque curando a los apestados. Las reliquias del santo, en un relicario de cristal en el altar mayor, atraen peregrinos que buscan su intercesión. Este templo, con su cúpula y capillas laterales, sigue siendo un lugar de oración y un museo vivo, donde los fieles y turistas se maravillan ante la santidad de Roque y el genio de Tintoretto.

A un costado del templo se encuentra la “Scuola Grande di San Rocco”, fundada para honrarlo, con frescos de Tintoretto que narran su vida. Esta confraternidad laica, creada para asistir a los enfermos y necesitados, se convirtió en un centro de caridad y devoción tras la llegada de las reliquias del santo en 1485. Su edificio renacentista, diseñado por Bartolomeo Bon y Sante Lombardo, alberga una de las colecciones más impresionantes de Jacopo Tintoretto, quien entre 1564 y 1588 pintó más de 60 lienzos, incluyendo La Crucifixión y San Roque en gloria. Estas obras, cargadas de dramatismo y luz, narran la vida de Cristo y del santo, reflejando la misión caritativa de la Scuola. Como escribe Marina Warner en Alone of All Her Sex (1976), “Tintoretto transformó la Scuola en un evangelio visual de compasión”. Hoy, la Scuola funciona como museo, preservando su legado artístico y espiritual, y recibe miles de visitantes que admiran su escalera monumental, salones dorados y la vibrante espiritualidad de sus pinturas, un testimonio eterno de la fe veneciana.

La imagen de San Roque con su llaga expuesta y el perro que lo salvó es una de las más emblemáticas alrededor de su figura. (The Grosby Group)

En Francia, San Roque es venerado como patrono de Montpellier, donde la “Fête de la Saint Roch” reúne a miles cada 16 de agosto. Las procesiones, con bendiciones de animales y misas solemnes, reflejan su arraigo. Jean-Paul Benoît señala: “En Montpellier, San Roque es más que un santo; es un hijo de la ciudad que encarna la compasión en tiempos de crisis”. En Niza y otras regiones del sur, su imagen preside capillas rurales, un recordatorio de su protección contra la peste. En España, el culto a San Roque se intensificó tras la peste negra. En Corella, Navarra, tras una plaga en 1602, el pueblo juró venerarlo perpetuamente, construyendo una capilla. Ricardo Fernández Gracia escribe: “San Roque se convirtió en el escudo de los pueblos españoles, un intercesor cuya llaga y perro inspiraban confianza en la providencia”. En Almería y el País Vasco, las fiestas en su honor incluyen novenas y desfiles, como relata el autor de Saints and Their Symbols (2004): “San Roque, con su humildad y milagros, es un santo del pueblo español, que lo abraza como protector en tiempos de aflicción”.

La devoción a San Roque como protector contra la peste se consolidó en el siglo XV. El Concilio de Constanza (1414) marcó un hito cuando una procesión con su imagen detuvo una plaga, según Francesco Diedo: “La cesación de la peste en Constanza fue el milagro que elevó a Roque a la categoría de santo universal”. Durante los siglos XV y XVI, hospitales e iglesias dedicadas a él surgieron por toda Europa. En el siglo XIX, su intercesión fue invocada contra el cólera, y en el XXI, durante la pandemia de COVID-19, su figura resurgió. El autor de La melancolía de la cultura católica (2020), escribe: “San Roque nos enseña que la fe y la caridad son antídotos contra el miedo, incluso en las peores epidemias”.

Así, a San Roque se lo conoce como uno de los Catorce Santos Auxiliadores, que son: San Acacio, Santa Bárbara, San Blas, San Cristóbal, San Ciriaco, Santa Catalina de Alejandría, San Dionisio, San Erasmo, San Eustaquio, San Jorge, San Gil, Santa Margarita, San Pantaleón y San Vito.

Un perro vestido con traje en una misa, en Bolivia, durante la fiesta en honor a San Roque. (AP Foto/Juan Karita)

En Argentina, la devoción a San Roque llegó con los inmigrantes italianos y españoles, especialmente tras las epidemias de fiebre amarilla en el siglo XIX. En el norte y centro del país su imagen preside hospitales y barrios, y las procesiones del 16 de agosto reúnen a devotos con velas y oraciones. Este santo es un refugio para los enfermos y los amantes de los animales, un santo que une la fe con la compasión. Las bendiciones de mascotas, una tradición que crece cada año, reflejan su legado como patrono de los perros.

Un legado eterno: San Roque de Montpellier, con su perro fiel y su llaga redentora, es un santo que trasciende el tiempo. Desde las calles de Venecia hasta las capillas argentinas, su vida de sacrificio y milagros inspira a los fieles a enfrentar la enfermedad y la adversidad con fe. Como escribe Ellsberg, “San Roque no solo sanó cuerpos, sino que mostró al mundo que la caridad es el verdadero antídoto contra el sufrimiento”. En cada procesión, en cada oración susurrada por un enfermo o un dueño de mascota, San Roque sigue caminando como el peregrino que venció la peste con amor y esperanza.