Sin su “puño rojo” y con otro nombre, así está el barrio Emerenciano a dos años de la detención del piquetero

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Resistencia, Chaco (enviada especial). Hasta el 30 de abril pasado, el ingreso al barrio Emerenciano estaba custodiado por un puño rojo en alto, con una estrella blanca en el centro: emblema del movimiento que fundó el líder piquetero. Hoy, ese espacio está vacío. La escultura fue retirada durante un operativo policial, y en su lugar solo queda una base de cemento, rodeada de pasto crecido.

Casi un mes después, tras una votación llevada adelante por el Consejo Municipal de Resistencia, una ordenanza estableció el cambio de nombre del barrio por “Papa Francisco”. Pero adentro, nadie lo usa. Tampoco hay un cartel o referencia a Jorge Bergoglio. “Al remise al que me subo le digo ‘Barrio Emerenciano’, le cuenta a Infobae, una docente que vive allí hace más de una década.

Son pasadas las 9 del miércoles 29 de octubre. Hay sol en Resistencia, pero en el barrio todavía quedan huellas del temporal del día anterior: calles embarradas y semi-inundadas. “Cuando estaba Emerenciano el barrio se mantenía limpio. Mirá lo que es ahora: una mugre. Nadie se hace cargo”, resume otro vecino.

Con el movimiento acéfalo y su líder máximo detenido desde hace 2 años y 5 meses, y acusado de ser partícipe primario en el femicidio de Cecilia Strzyzowski, el barrio se fue deteriorando. Hasta el color rojo, que alguna vez lo identificó, parece haberse desteñido. “Como el predio no está integrado al ejido municipal, somos ignorados. Hay mucha luminaria que no funciona. El parquizado lo mantenemos entre los vecinos”, dice otro hombre, mientras señala el pastizal frente a su casa. “Tampoco vienen a fumigar”, agrega.

¿Cómo sigue un barrio sin sus cabezas visibles? ¿Qué queda de aquel proyecto que alguna vez prometió educación, trabajo y viviendas dignas? ¿Y cómo conviven hoy la necesidad y la lealtad? En una recorrida por sus calles, Infobae reconstruyó cómo es hoy la vida cotidiana en el barrio Emerenciano.

Las calles embarradas y semi-inundadas. “Cuando estaba Emerenciano el barrio se mantenía limpio. Ahora es una mugre. Nadie se hace cargo”, dicen los vecinos (Foto/Edgardo Aguirre)Las pintadas sin mantenimiento. El color rojo, que alguna vez identificó al barrio, parece haberse desteñido (Foto/Edgardo Aguirre)

Entre la necesidad y la lealtad

“Emerenciano es una persona intachable. Sabemos que él es inocente. Ese día (NdR: en referencia al 2 de junio de 2023) él estuvo acá”, repiten varios vecinos. Es que, en las calles del barrio, el nombre de Emerenciano todavía despierta respeto y gratitud.

Carla, que vive allí desde hace una década y trabajó durante nueva años como auxiliar en una de las escuelas del movimiento, perdió el trabajo cuando el clan Sena quedó detenido. Hoy atiende un pequeño kiosco que montó su marido en lo que era su habitación. “Desde que metieron preso a Emerenciano se nota la pobreza. Antes había trabajo para todos. Ahora cada uno se las arregla como puede”, dice.

Otros, como Claudio “El piojo” López —80 años, albañil jubilado—, recuerdan que levantaron sus casas “a pulmón, con materiales que les daba el movimiento”. “Yo hice dos manzanas de casas para ganarme la mía. Esto era todo campo. Cambien el nombre del barrio o no, a mí me da lo mismo. Lo que necesitamos es trabajo. Cuando él estaba, había trabajo”.

Pero la pertenencia también tiene un costo. Muchos aseguran que el simple hecho de tener la dirección del barrio en el DNI los estigmatiza. “Me cansé de mandar currículums: no me llamaban de ningún trabajo. La sociedad no entiende la diferencia y nos mete en la misma bolsa. Nosotros no hicimos nada, solo vivimos acá”, resume Carla.

Como contó este medio, los recursos para poner en movimiento al barrio corrían por fuera del organigrama estatal. Llegaban a través de “Saul Acuña”, una asociación fundada por el padre de Marcela, en cuyo honor también fue bautizada la Biblioteca Popular.

A partir de la detención de los dirigentes piqueteros se dispuso la intervención inmediata tanto de la Fundación ‘Saúl Acuña’, como de la Escuela Pública de Gestión Popular N° 2 —corazón del barrio, que brindaba educación en los niveles Inicial, Primario, Secundario y de Formación Profesional— porque quedó completamente descabezada: Emerenciano Sena y Marcela Acuña eran las autoridades. Pese a los cambios, la escuela sigue funcionando bajo control estatal.

Además, se comprobó que la Fundación recibía transferencias del Estado provincial para planes de vivienda y educación. Solo en 2023 le entraron 141 millones de pesos, los últimos 825.000 en la misma mañana que detuvieron al clan Sena.

En un terreno del barrio aún quedan un camión y una ambulancia de la Fundación “Saúl Acuña” en completo estado de abandono (Foto/Edgardo Aguirre)Algunas pintadas, aunque gastadas, se mantienen (Foto/Edgardo Aguirre)

El barrio sin su “puño”

“Vino alguien un día y nos preguntó si nos molestaba que cambiaran el nombre; le dije que no”, recuerda Claudio López, uno de los primeros vecinos. “Lo del puño fue igual: no se sabe a quién le molestaba, pero se lo terminaron llevando. Capricho. Política”, agrega.

El día que lo retiraron —cuentan— fue de madrugada. “Cuando preguntamos qué había pasado, nos contestaron: ‘Se levantaron tarde para venir a reclamar por el puño’”, dice otro vecino, resignado.

Después del cambio de nombre, también se modificaron los carteles de las calles. La Comandante Che Guevara y otras con nombres de militantes históricos fueron rebautizadas y los viejos letreros rojos, con fileteado, reemplazados por nombres y señales comunes.

A pesar de todo, el discurso que domina entre los vecinos es de defensa. “Los necesitan presos —dice un kiosquero—. Emerenciano es un preso político, está preso por ser el padre del supuesto homicida”. Otros recuerdan sus consejos: “Siempre nos decía: ‘Estudien’. Tenía razón”, admite una docente.

Del cartel que refería al barrio Emerenciano solo quedaron en pie la La caída del clan Sena, de visibles y reconocidos lazos con el exgobernador peronista Jorge Capitanich, puso en pausa al barrio Emerenciano

Sobre Marcela Acuña, los hombres casi no hablan. Las mujeres, sí. “Era muy estricta, pero nos cuidaba. Cuando tuve un problema grave de salud, ella me pagó la internación en una clínica privada”, cuenta una vecina. “Había días que estaba todo bien y otros que no te podías acercar. Era estricta, tenía un carácter fuerte”, se suma otra. César, en cambio, es apenas un recuerdo borroso: “Acá no venía. Lo vimos poco y nada”, coinciden.

Acerca del femicidio, a pesar de que en el barrio se hallaron pertenencias calcinadas de Cecilia y hasta se realizó una búsqueda con georradar de sus rastros bajo el asfalto, la opinión es unánime: “Emerenciano es inocente. Dios sabrá lo que pasó con esa chica”, dice otra mujer. “Si lo declaran no culpable y vuelve, lo vamos a acompañar”, agrega un hombre.

“Es muy difícil manejar a la gente de este barrio —agrega otro—. Tenés que tener mucha cintura política para hacer laburar al que no quiere, para que el que se droga se deje de drogar y así. Emerenciano la tenía. Era inteligente, aunque lo quieran hacer pasar por bruto”.

Hoy, la mayoría coincide en que el proyecto quedó destruido. “Se llevaron todo. Rompieron todo”, dice un vecino y recuerda la época dorada del barrio, que supo tener hasta un natatorio.

Aunque el puño rojo ya no esté, su sombra todavía marca el lugar: como si ese hueco de cemento en la entrada de Avenida San Martín, siguiera recordando que el barrio, por más que le cambien el nombre, nunca dejará de ser el de Emerenciano.

En su época dorada el barrio supo tener hasta un natatorio