El mechón amarillo, duelo con Toresani y victoria sobre la hora: a 30 años del regreso oficial de Diego Maradona a Boca

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“La gente cree en mí porque me sienten parte de ellos, porque me sienten pueblo. Yo siempre dije que quería vivir este día para poder escucharlos: ‘Hoy vuelve el Diego’. Bueno, acá está el Diego, como me enorgullece que me llamen. En el trayecto que hicimos desde la concentración hasta la cancha, incluso llegué a ver a un par de pibes que se marcaban la banda de River sobre el pecho y me gritaban: ‘Igual te quiero’. Ya está, ese es mi triunfo”.

Diego Armando Maradona era la felicidad completa. Había caído la tarde del sábado 7 de octubre de 1995. Esa jornada con la que tantas veces soñaron en forma recíproca él y los hinchas de Boca. El día en que volvía a vestir en forma oficial la camiseta azul y oro, dando una pincelada más a ese cuadro de amor eterno.

Atrás estaba la suspensión, luego que le cortaran las piernas con el doping positivo en el partido frente a Nigeria en el Mundial de los Estados Unidos. Fueron 15 de meses de inhabilitación, vividos al estilo Maradona. Primero como entrenador de Deportivo Mandiyú, su primera experiencia como técnico, de solo tres meses. Inmediatamente, y para sorpresa de muchos, el arribo como DT de Racing, nuevamente en dupla con Carlos Fren. El inmenso magnetismo de su figura no alcanzó a suplir un período complejo en su vida, donde en muchas ocasiones se ausentaba de los entrenamientos y hasta de algunos partidos. La experiencia apenas duró entre enero y abril. Allí comenzó a diseñarse el anhelado retorno.

Maradona lleva la pelota apremiado por Marcelo Saralegui

Su último encuentro oficial con la camiseta de Boca se alojaba en la lejanía del miércoles 2 de diciembre de 1981. Aquella no había sido la mejor noche para Diego, más allá de la victoria 2-1 en la Bombonera frente a Vélez, porque fue expulsado en el segundo tiempo, por una mutua agresión con Abel Moralejo, uno de los jugadores que más lo incomodaban a la hora de marcarlo en nuestro fútbol. La suspensión lo dejó fuera de la revancha en Liniers, donde el local se impuso por 3-1, dejando afuera a los Xeneizes del Nacional, impidiéndole el doblete, luego de haber sido los campeones del torneo de primera división.

Era el tercer regreso en cuatro años. En el pasado cercano estaban el del Sevilla en el ’92, que arrancó con mucha ilusión y terminó desteñido, pelea con Bilardo incluida. Un año más tarde, su vuelta al fútbol argentino con la camiseta de Newell´s y una silueta estilizada, que remitía a sus tiempos juveniles. Fue apenas un suspiro rojinegro, que no llegó a completar 10 partidos entre oficiales y amistosos.

El regreso de Maradona a Boca reflejado por El Gráfico

Este era distinto. El que él se había juramentado cumplir y el que le había prometido a Don Diego, Doña Tota, Dalma y Gianina. Llegaba a un equipo inestable dentro y fuera de la cancha. Con altibajos en resultados, funcionamiento y con la autoridad de Silvio Marzolini, el entrenador, seriamente cuestionada. Había excelentes jugadores como Navarro Montoya, Márcico, Gamboa, el Kily González, Fabbri y Claudio Caniggia, el otro refuerzo que estremeció al mercado de pases.

El Mono Navarro Montoya ya llevaba siete años como arquero titular de Boca y era un referente del plantel. En diálogo con Infobae recordó cómo fueron aquellos momentos: “Su llegada a Boca fue conmocionante y movilizante. No sorprendía por lo que significaba Diego, pero había que vivirlo en el día a día, por todo lo que generaba, no solo en el hincha de Boca, porque su regreso revolucionó al fútbol argentino. Lo veíamos muy feliz, pleno, porque disfrutaba el volver a vivir aquella experiencia inolvidable del ’81, pera ya con una familia constituida, con sus hijas”.

Desde mediados de 1995 varios cambios habían aparecido en la vida de Maradona. El primero fue el regreso de Guillermo Cóppola como mánager, luego de cinco años de distanciamiento. También el hecho de amigarse con varias personalidades con quienes se había enfrentado: el entonces presidente Carlos Menem, Pelé y Gerardo Sofovich, entre otros. En esa misma sintonía, acercó posiciones con la revista El Gráfico, tras un fuego cruzado extendido a lo largo de cuatro años, a partir de un par de tapas publicadas en 1991, cuando fue detenido por la policía, en el ya célebre departamento del barrio de Caballito.

El trámite del partido fue friccionado y se definió con un gol sobre el final

Hizo la preparación primero en Buenos Aires y más tarde en Uruguay, para ponerse a punto con el faro en el primer compromiso, que era un amistoso en Corea del Sur, contra la selección local, el mismo día que se cumplían los 15 meses de suspensión. Allí se lo vio en buen estado físico, con el talento intacto. Una semana más tarde, lo esperaba el desafío en la Bombonera contra Colón por los puntos. Era la hora de la verdad.

Boca se encontraba a cinco puntos de Lanús, que era el único líder del torneo, pero con dos partidos menos. Tenía pendientes el de la primera fecha contra Gimnasia de Jujuy como visitante, aplazado por una gira por los Estados Unidos, y el restante, en la misma condición, ante Gimnasia y Esgrima La Plata, que debió disputarse cuando el equipo estaba en Corea.

En la memoria de Navarro Montoya, están frescas las vivencias de aquella jornada que sería inolvidable: “El día que Diego volvió a jugar con la camiseta de Boca contra Colón se paró el país. Fue récord de todo: audiencia de radio y televisión, venta de diarios y revistas y una Bombonera que explotaba. Por supuesto que no era para menos. Para él fue un momento muy emotivo por lo que le habían preparado, el hecho de ingresar al campo de juego y encontrarse con Dalma y Gianina. Además, se le hizo un seguimiento especial del periodismo desde el momento en que se levantó hasta que se fue del estadio. Para nosotros era imposible abstraernos de todo ese ambiente, más allá de que había un partido oficial por delante. Pero enseguida empezamos a darnos cuenta lo que era tener en el equipo a un Diego en plena competencia”.

Diego festeja el gol de Scotto que significó el triunfo de Boca por 1 a 0

Faltaba un minuto para las seis de la tarde. Todas las miradas fueron hacia el túnel por donde aparece Boca. Y allí estaba otra vez él, para sumarle otro capítulo a un cuento fantástico. Más allá del vestuario lujoso que muchas veces lució en su vida, allí estaba con sus mejores ropas. Las de futbolista. A la camiseta azul y otro, el 10 en la espalda y el brazalete, le había sumado en mechón rubio, surcando el cabello renegrido, en claro mensaje a Daniel Passarella, que había hecho de las cuestiones capilares de los jugadores, una cuestión trascedente, desde su lugar de director técnico de la selección

Por la piel y la mente de Diego, seguramente volvieron las escenas del 22 de febrero del ’81, la histórica fecha del debut oficial Xeneize. El mismo túnel, la atención centrada en él, en medio del fervor desbordante de la Bombonera. Por su humanidad habían pasado mucho más que 14 años y medio. Aquel pibe, soñador y al natural, se había convertido en este hombre curtido, quizás el más famoso del universo, que ahora iba por cumplir un sueño.

“Cuando entré a la cancha -evocaba Diego- y vi toda esa gente, dije: ¿Cómo podemos perder? Ese es el pueblo. Y ese es Boca, el amor de mi vida. Por eso estaba rapidito, listo para matar. Volaba… Pero me sorprendieron con eso de las nenas y me mataron. Yo les agradezco a todos la buena voluntad, pero poner a mis hijas en la cancha, apareciendo desde adentro de una caja y con el cartel: ‘Papá, gracias por volver’, cuando ya tenía en la cabeza jugar y nada más, fue un golpe durísimo. Me llevó 45 minutos recuperarme”. Guillermo Cóppola había armado la sorpresa. Dalma y Gianina aparecieron para conmoverlo hasta el infinito.

Enfrente estaba Colón, recién ascendió a primera división, luego de 14 años. Había descendido en el torneo de 1981, cuando Diego fue campeón con Boca… Las increíbles coincidencias de este bendito deporte. Dirigido por Enzo Trossero, tenía en el plantel jugadores renombrados como Ameli, Toresani, Kuzemka, Saralegui, Muller, el Turco García y un joven Hugo Ibarra en el lateral derecho.

El partido era muy parejo, con algunas acciones de pierna fuerte, hasta que, sobre el final del primer tiempo, llegó una jugada que terminaría derivando en una frase Maradoniana que repiten aquellos que, incluso, no habían nacido en ese momento. El árbitro fue Francisco Lamolina, que así la reconstruyó: “Toresani ya lo había cargado mal desde atrás un par de veces a Diego, hasta que llegó ese momento: Caniggia se tiró muy mal, con las dos piernas hacia adelante, impactando a Unali y yo lo amonesté, cometiendo un error. Se armó un revuelo importante de jugadores y Toresani empezó a discutir con Maradona, diciéndole que él le había dicho a mí que no lo expulsara a Caniggia, algo que no fue cierto. Entonces Toresani me insultó y le mostré la tarjeta roja, quedando una gran sensación de injusticia, por lo de Caniggia”.

Pese a ser sábado, Fútbol de Primera se emitió esa noche. Diego estaba cenando en un restaurant con su familia y amigos, con un móvil del programa. Allí pudo escuchar las palabras de Toresani: “A mí me echó Maradona y lo que diga cuando escuche esto, me importa un carajo. Me gustaría tenerlo enfrente, para ver si me dice las mismas cosas que en la cancha. Yo me la banco. Lo iría a buscar hasta la casa”. La respuesta de Diego, obviamente, no se hizo esperar y el remate quedó para todos los tiempos: “No tengo ningún problema en que me venga a buscar. Que le pregunten a Lamolina, a ver si tiene cara, este Toresani, que no existe, si yo le pedí que no lo expulsara a él. Esto lo juro por mis hijas. A Toresani: Segurola y Habana 4310 séptimo piso y vamos a ver si me dura treinta segundos”.

El destino quiso que un par de años más tarde fuesen compañeros con la camiseta de Boca. Aquella discusión había quedado en el olvido. Otras de las paradojas de este maravilloso juego que es el fútbol fue que Toresani convirtió el primer gol de Boca en el Superclásico que ganó 2-1 en el Monumental y que sería el fin del cuento. El último partido oficial de Maradona…

Pese al hombre de más, Boca no pudo imponer superioridad en el campo de juego. Mostró las mismas falencias que en las fechas anteriores, aunque tenía el as de espadas en el mazo. Parecía que la fiesta no sería completa. Colón, prolijo y ordenado, se acercaba al objetivo de rescatar un punto. Faltaba solo un minuto y, como si estuviese guionado, llegó el centro desde la izquierda del Kily González, que cayó justo en el punto del penal. Allí estaba Darío Scotto, para aplicar un certero cabezazo que superó al inexpugnable Leo Díaz. Y la Bombonera volvió a explotar, como lo había hecho un par de horas antes, cuando el Hijo Pródigo había dado sus primeros pasos, en el regreso al hogar.

La discusión entre Maradona y Toresani mientras el arquero Leo Díaz intenta interceder

Boca ganó 1-0 y fue la fiesta soñada por todos. Diego salió corriendo rumbo a los palcos, para festejar con su gente, familiares y amigos, que se sumaban a la algarabía incontrolable de pueblo Boquense, que liberó todas las tensiones de 90 minutos peleados. La noche de Maradona siguió en el Soul Café de Las Cañitas, acompañado por sus seres más cercanos. Se sentó en la mesa principal, flanqueado por Claudia y Charly García. En la pantalla gigante se veían las imágenes de Fútbol de Primera y volvió a gritar el gol de Scotto con más ganas y fuerza que en la cancha.

Para el Mono Navarro Montoya, fue una experiencia única estar en el mismo plantel que el Diego de la gente: “Compartir el día a día con él era maravilloso. Era una persona simple, muy generosa y, entre nosotros, era uno más, aunque claramente no lo era. Siempre digo lo mismo: Maradona se devoró a Diego, porque cuando podía estar en su ámbito natural, que era un vestuario, o en la cancha, era un chico excepcional. Pero todo lo que conllevaba ser Maradona a lo largo de vida, creo que lo terminó perjudicando”.

Boca siguió sumando triunfos. Incluso venció en los dos partidos postergados, para llegar a una inmejorable posición. A falta de cinco fechas, le había sacado 6 puntos de ventaja a Velez y a Lanús. Parecía un título asegurado. Pero comenzó el declive. En las dos jornadas siguientes, empató 0-0, con Central y River, permitiendo que el cuadro de Liniers quedara a solo dos unidades. Y el Fortín logró superarlo, el famoso domingo 3 de diciembre, el día que Mauricio Macri ganó las elecciones y Boca sufrió su primera derrota en el torneo, cuando cayó estrepitosamente en la Bombonera frente a Racing 6-4. Aquel implacable Vélez, dirigido por Carlos Bianchi, fue nuevamente el campeón.

Diego dejó atrás una suspensión de 15 meses y se dio el gusto de volver a Boca

De allí en adelante quedarían solo algunas pinceladas de su talento único, con algunas particularidades, como los cinco penales consecutivos que malogró en el torneo siguiente. Boca peleó los primeros puestos, ya con Carlos Bilardo como entrenador, pero nuevamente Vélez dio la vuelta olímpica. Diego estuvo casi un año sin jugar, entre agosto del ’96 y julio del ’97, cuando retornó en un partido ante Racing. Comenzó el Apertura ’97 lleno de ilusión, pero en la primera fecha, dio positivo en el control antidóping. Pudo seguir jugando porque la justicia avaló el recurso de amparo de sus abogados. Ya casi no quedaba magia. Y la despedida fue el 25 de octubre, en el inolvidable Superclásico ganado bajo la lluvia en el Monumental.

Pero aquella vuelta ante Colón tuvo todos los condimentos. Y tuvo que ser en octubre. El mes más Maradona de todos. El del nacimiento, debut en primera y los regresos en la recta final de una carrera única, incomparable. Al estilo Diego.