“¿Demasiado feminismo?”: un libro que invita a reflexionar y debatir sobre las múltiples complejidades de hacer política feminista

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Agustina Paz Frontera (Mercedes Amusategui)

“¿Cómo se construye política de manera integral desde un colectivo feminista y cuáles son todas las dimensiones de ese trabajo político?”.

La pregunta —ambiciosa, desafiante—, se abrió paso hasta que Agustina Paz Frontera —licenciada en Comunicación, magíster en Periodismo Documental, cofundadora del medio feminista LatFem y del colectivo Ni Una Menos— no pudo hacer otra cosa más que entregarse a la investigación y al análisis para intentar responderla.

Este libro empezó a germinar —como tantos otros comienzos feministas— a partir de la masividad del movimiento que se volcó a las calles ese 3 de junio de 2015, que tuvo algo de épica, algo de estallido, mucho de hartazgo.

—Ahí se da un proceso muy interesante para mí, que también explica mi pasión por la política feminista, lo que hace que haya escrito un libro: intentar entender las discusiones, las estrategias, las articulaciones, las alianzas que se empiezan a producir, los equívocos. [Lo que pasó a partir del Ni Una Menos] fue vertiginoso. Era realmente constante la referencia a esa manifestación que se estaba armando. El término “femicidio” rompió las celdas del lenguaje jurídico y del lenguaje académico y de repente era una palabra que podía decir cualquier persona en una escuela, en un programa de chimentos, en una cancha de fútbol. La sociedad se conmocionó respecto a qué pasaba con la violencia —recuerda Agustina.

A partir de ese día el feminismo comenzó a ocupar un sitio, a luchar por un sitio en la política argentina. Mujeres feministas llegaron al Estado, estuvieron al frente de diferentes programas y organismos, se creó un ministerio. Y este movimiento se replicó en varios países del Cono Sur. “Por fin las mujeres tenían un cuarto propio entre las oficinas del poder para instalar sus agendas”, dice la sinopsis de ¿Demasiado feminismo? La política feminista entre el Estado, el activismo y la batalla cultural de la derecha radical, publicado por Siglo XXI. ¿Pero qué sucedió luego de casi una década de expansión, calle, políticas públicas y conquistas? ¿Por qué motivos lo que ayer hacía vibrar el asfalto y resonaba como una onda expansiva en toda la sociedad hoy está prácticamente fuera de la discusión política? ¿Fueron los discursos de los neoliberalismos que denostaron al movimiento? ¿El auge de las derechas? ¿Fue el propio feminismo el que “fue demasiado lejos, que se pasó tres pueblos, que se volvió vigilante y punitivo?” “¿En serio hubo un sobregiro que explica la crisis de los partidos del centro hacia la izquierda?” “¿En serio hubo demasiado feminismo?”, se pregunta la autora.

A través de una investigación en la que entrevistó a más de una veintena de funcionarias y exfuncionarias de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y España, y de un análisis de las dimensiones y tensiones al interior de la práctica de la política feminista, buscará comprender. Y encender el debate.

En

Feminista se hace

“¿Por qué desaparece una mujer y el Estado no la encuentra?”. “¿Por qué desaparece una mujer y no hay demasiado que se pueda hacer, no hay demasiados resortes para dar una respuesta?”.

Agustina Paz Frontera no se empezó a hacer estas preguntas porque era feminista. Agustina Paz Frontera comenzó a construir una mirada feminista porque se empezó a hacer estas preguntas. Y se empezó a hacer estas preguntas porque en 2005, Florencia Pennacchi, una de sus amigas de la secundaria, con la que había crecido en Neuquén, con la que se había venido —junto a otra grupo de amigos y amigas— a estudiar a Buenos Aires, con la que compartía el mismo edificio y el mismo piso mientras cursaban los primeros años de la facultad, una noche no volvió.

Ni la siguiente. Ni la siguiente. Ni la siguiente.

—Nos llama el hermano y dice: “Flor no volvió. No está. ¿Alguien sabe algo?”. Yo era estudiante universitaria, tenía mil laburos, tenía mi novio, no era feminista. Tenía las preocupaciones típicas de una persona promedio de izquierda de ese momento: iba a la Facultad de Ciencias Sociales, tenía una postura crítica ante el capitalismo y la democracia, pero no era feminista. Y en ese momento, cuando fueron pasando los meses y Florencia no aparecía, empezó como una necesidad de tratar de entender esa desaparición. Por las respuestas que daba la policía, las respuestas que daba el abogado, las respuestas que daba la Justicia, las conversaciones en los medios. La conversación pública alrededor de por qué desaparece una mujer, los juicios que hay alrededor de eso. Y todo eso fue construyendo una masa crítica, especialmente en un grupo de amigas y amigos de ella, que por eso también están en la dedicatoria del libro. Ese “grupo de amigas y amigos de Florencia”, que así se denominaba en ese momento, después derivó en una organización feminista que se llamó Sin Cautivas, de la cual yo no participé pero fui muy cercana. Y eso también fue configurando un punto de vista feminista —dice Agustina.

Fue la desaparición de su amiga cuando rondaba los 25 años. Pero fue también su abuela, hija de inmigrantes rusos y militante del Partido Comunista, contando cómo había construido comunidad con otras mujeres, organizando colectas y llevando comida y remedios a quienes estaban detenidos o los necesitaban, a lo que se dedicó hasta que nació su madre. Y también fue su madre contándole que antes de que ella naciera se hizo un aborto. Y que su abuela, esa misma abuela que ayudaba a otros, la acompañó a practicárselo en la década del 70. Fue esa charla que tuvo con ambas, “especialmente en el momento de la marea verde”, y la postura de su madre para quien “era completamente obvio que eso tenía que suceder, que si una mujer no quería continuar con un embarazo tenía que poder hacer esa interrupción”. Y fueron las preguntas que aparecieron. Que condujeron a los textos. A las teorías. A las estadísticas. Y a las calles.

—Leés, estudiás y decís: “¿Por qué hay tanta cantidad de personas desaparecidas en este país?, ¿por qué hay un corte específico en el género? ¿por qué son mujeres, por qué son jóvenes?”. Y eso creo que también es una puerta de ingreso a una posición crítica respecto al patriarcado, a ese sistema que ordena la sociedad y que hace que algunas personas valgan menos que otras, por ejemplo, mi amiga, que obviamente para el sistema no valía nada.

Nadie volvió a saber de Florencia.

Se cumplían diez años de su desaparición cuando Agustina se sumó activamente a la primera convocatoria bajo el título Ni Una Menos: una maratón de lectura organizada por un grupo de escritoras, periodistas e investigadoras, en la Plaza del Museo del Libro y de la Lengua, organismo dirigido en ese momento por la socióloga María Pía López.

Comenzaba 2015 y una sucesión de femicidios marcados por la aparición de las mujeres víctimas de violencia tiradas en bolsas de basura, tratadas como basura, impactaba a una sociedad que no quiso, que no pudo seguir naturalizándolo.

Poco después de esa iniciativa, el tuit de Marcela Ojeda convocando “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah.. no vamos a levantar la voz? NOS ESTAN MATANDO” empezaba a rodar.

Y el 3 de junio de 2015 las mujeres desbordaban las calles de todo el país al grito de “¡Ni Una Menos!”.

—Hay muchas mujeres que marcharon por primera vez ese 3 de junio. Que se dieron cuenta de que tenían un espacio en la vida política pública cuando escribieron el nombre de su hija, de su sobrina, de su amiga, en un cartel y salieron. Es muy conmovedor, más en la historia de este país, ¿no? —reflexiona Agustina.

Poco después de ese día, que marca un hito en la historia del feminismo en Argentina, la agenda del movimiento empezaba a tener espacio en los medios, en la cultura, en la política, en el Estado. Y como todo movimiento vivo, que crecía y se complejizaba, también crecían nuevas tensiones y desafíos.

Agustina Paz Frontera cofundó el medio feminista LatFem y fue parte del grupo que dio origen al colectivo Ni Una Menos (Irupé Tentorio)

Un encierro propio

“Las feministas que se inician en funciones en espacios propios de género inaugurados para responder a la expansión del ciclo Ni Una Menos reconocen la fragilidad del proceso: cuentan que erigieron un ministerio en el garaje de una compañera, sin siquiera caja chica para comprar resma de papel, o que construyeron instituciones con nombres rimbombantes que sus referentes o los altos cargos jerárquicos no comprendían. Este modo de hacer tiene épica pero también un límite. Hay voluntad política de integrar la agenda pero poca inversión presupuestaria y política para que esa integración sea consumada”, escribe Agustina en el primer capítulo, titulado “¿Cómo se hace política feminista?”.

Eso es lo que va a intentar desmenuzar mediante sus charlas con las funcionarias y exfuncionarias, exponiendo los primeros conflictos de la práctica política feminista: las buenas intenciones del Estado con un presupuesto exiguo; el poder que puede irradiar un título como “ministra”, “secretaria” o “diputada” en la teoría, frente a la posibilidad de acción real, al verdadero acceso a la mesa chica donde juegan los que toman las decisiones; las tensiones entre las feministas que llegaban a las oficinas del Palacio Legislativo y muchas activistas que, en las calles, veían vaciarse sus expectativas de ser representadas; las que pujaban por un programa de políticas públicas que comenzara a atacar los puntos de la agenda feminista, y las que se oponían a que el feminismo hiciera migas con las instituciones y los poderes.

—La relación entre perspectiva de género y poder no es nueva, viene de hace muchísimos años. Lo que pasa es que en el último ciclo, que es el ciclo Ni Una Menos, se da un proceso de mutua necesidad entre las instituciones estatales y la proyección política del feminismo como un movimiento. Que nos lleva, por ejemplo, a que sin siquiera haberlo pedido, Alberto Fernández cree el Ministerio de las Mujeres. Algo que no había sido así articulado por el movimiento feminista. No es que en las marchas pintábamos carteles que decían: “Un ministerio de género, por favor”. Pero sí era la deriva lógica, porque cuando vos decís: “Paren de matarnos. El Estado es responsable”, estás esperando que el Estado fabrique una política pública para que paren de matarnos. Entonces, hay que sí o sí pensar en un plan de política pública para llegar a ese objetivo. Ahora, lo que pasa es que cuando vos intentás hacer eso te encontrás con muchas complejidades que tienen que ver con el subtítulo del libro: ¿Qué es el Estado?, ¿y qué hace el Estado con los grupos, si se quiere, subalternos que logran llegar a ocupar un espacio de poder? ¿Qué posibilidades reales hay de plantear una política feminista que un poco está contradiciendo los propios estándares del Estado que está formado a partir de elites?

La investigación de la autora y su análisis plantea, entre otros, este conflicto: ante la escalada de femicidios y violencia, los feminismos señalaron al Estado como responsable y pidieron que responda. El Estado respondió con un organismo específico, con espacios y cargos. Pero después —salvo excepciones— no rompió con el viejo modo de pensarse. No otorgó suficientes recursos. No brindó el suficiente lugar para la política feminista. Y los conflictos al interior del movimiento tomaron temperatura y comenzaron a hervir.

—Cuando el feminismo hace ese movimiento se encuentra con algunos problemas. Que tienen que ver con la definición de Estado moderno, pero también con cómo se hace política en Argentina o en nuestros países latinoamericanos, que es una política sumamente machista. Y ahí está el testimonio de estas personas a las que yo fui a entrevistar, que muestran la dificultad de entrar en la conversación política de las altas esferas siendo mujeres y siendo mujeres feministas aún más. Entonces decís: “Bueno, llegué. Ya está. Me dieron la silla en el gabinete”. Minga. Te van a escuchar siempre que hables del tema de género que está de moda en las redes sociales o en la calle. No te van a escuchar hablar de política de drogas, de seguridad, de producción, de industria. Te van a escuchar hablar de aborto, de cuidados (si te entienden lo que quiere decir cuidados). Hay una serie de restricciones, dentro de las instituciones del Estado, con las que se encuentran las feministas que tuvieron el privilegio de llegar a esos lugares. Todas esas dificultades son sobre todo las que yo trato de plantear —dice Agustina.

Y sigue.

—¿Qué estrategias nos dimos las feministas para afrontar esas dificultades del Estado? Pensamos en el cuarto propio, que era tener nuestro propio reducto: un ministerio, una secretaría de género o lo que sea. Bueno, esa estrategia tiene todos estos problemas. No lo digo yo, lo dicen las personas que la pensaron y la llevaron a cabo. La estrategia era tener un espacio propio —el cuarto propio utilizando la metáfora de Virginia Woolf—, nos dieron el cuarto propio, ahora, bien cerradito, o sea: están ustedes adentro y nosotros afuera, ojo con salir y entrar muchas veces. Y no nos dieron las miles de libras o dólares que también decía Virginia Woolf que se necesitaban, junto al cuarto propio, para que una mujer pudiera escribir una novela. Los presupuestos para los organismos de género eran los más exiguos de todos los países que investigué. Ese es uno de los principales argumentos, de hecho, para preguntar: “¿Nos pasamos tres pueblos? ¿Fue demasiado feminismo? ¿Adónde?”.

Entrevista a Elizabeth Gómez Alcorta, ex ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación, para

Una política feminista cercada

Además de cómo se hace la política feminista, Agustina se pregunta en su libro qué es hacer política feminista: “¿Basta con ocuparse de cosas de mujeres, como leyes de cuotas o aborto legal, y hacer malabares con presupuestos exiguos? ¿Por qué cuesta tanto que las políticas mujeres se hagan oír ahí donde se discuten la distribución económica y el modelo de país?”.

—El feminismo no es “las cosas de las mujeres”. Feminismo es transformación social, es perspectiva de clase. Hay muchos feminismos. Nosotras tenemos un pensamiento político integral, no hablamos solamente de políticas de identidad, ni de hablar con la E, o sea, somos mucho más que eso, aunque contenemos todo eso.

Entre las veinticinco funcionarias y exfuncionarias con las que habló en su investigación, Agustina dice que “salvo excepciones” todas dijeron que poco era mejor que nada. Que preferían el cuarto propio en el recinto aunque fuera pequeño o estuviera alejadísimo del centro de la toma de decisiones; que preferían “el ministerio, la secretaría, el instituto de género” aunque estuviese desprovisto de recursos; que preferían el presupuesto exiguo a uno inexistente.

Entonces, la autora quiso saber para qué se usó, principalmente, el presupuesto asignado al Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación, y de los diferentes organismos de género. Y la respuesta la condujo hacia otro análisis:

—Lo que yo encontré —y esto es una crítica que hago como parte del movimiento pero que las propias funcionarias se hacen a sí mismas, y que tiene que ver con esta lectura de contexto de cómo el feminismo llega a tener un poco de poder— es que se usó, sobre todo, para la prevención de la violencia y la asistencia de víctimas de violencia. El Ministerio de las Mujeres de Nación, esto es un dato compartido por Eli Gómez Alcorta, utilizaba el 97% del presupuesto para las agendas de violencia, para el programa Acompañar. Que uno diría: “Bueno, está muy bien, es uno de los principales problemas, el más acuciante, tiene que ver con la diferencia entre la vida y la muerte. Es fundamental”. Pero tiene el problema de que entonces la política feminista que podemos hacer solo tiene que ver con nuestro lugar de víctimas o con una posición defensiva. Y no da lugar a proyectar un feminismo que piense más integralmente la política y que incluya un montón de otras agendas que no tienen que ver solamente con la prevención o la reparación de la violencia. Y eso es entendible, porque si hay algo por lo cual el feminismo logra tener tanta masividad es por la agenda de violencias, por el Ni Una Menos. Pero también es una trampa. Es una trampa en la que caímos y es muy difícil salir porque todo el discurso feminista hoy está desacreditado, incluso la violencia que era el gran tema de consenso: que a la mujer no se le pega, no se la mata. Ahora, con los Gobiernos de derecha que tenemos en la región, no sé cuánto consenso hay sobre que es un tema prioritario.

Entrevista con Alba Rueda, ex subsecretaria de Políticas de Diversidad del Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad de la Nación (Solange Avena)

Entonces, ¿fue demasiado feminismo?

Agustina escribió este libro, dice, con la seguridad de que el feminismo va a volver a ocupar los lugares de los que fue arrancado. Y su investigación busca revisar el camino recorrido, reflexionar sobre qué es lo que se hizo hasta ahora, cuáles fueron las acciones de las funcionarias, de las activistas por fuera del Estado, de las activistas comunitarias, de organizaciones sociales y ONG, cuando estuvieron en el centro de la escena y las miradas, y volver sobre los errores que se cometieron, hacer una autocrítica para, a partir de ahí, pensar en cómo se puede mejorar. Para “cuando nos toque volver a tener la posibilidad de pensar una política pública feminista”.

—No creernos nosotras el cuento de que de verdad estuvimos pasadas, que de verdad nos sobregiramos. O, en todo caso, tomarnos el trabajo de desmenuzar lo que sucedió: “Bueno, ¿en qué sentido sí hubo una equivocación?, ¿cuáles son las cosas que hicieron que ese ‘demasiado’ fuera construido?, ¿cuáles son las cosas que hicimos nosotras para que ese ‘demasiado’ fuera construido? Tiene que ver con nuestros errores y también con un contexto en el cual algunas cosas eran posibles de plantear y de hacer y otras no. Y tiene que ver con la correlación de fuerzas que se construyó históricamente también.

En esa revisión de lo hecho, en la mirada retrospectiva y el despliegue crítico de un momento efervescente para los feminismos, la autora analiza, además, la disputa histórica con el sector del feminismo que rechaza toda participación institucional y vínculo con el Estado. “Que es el feminismo que durante todo el siglo XX fue el más importante en nuestra región, el feminismo autónomo, el que con mucha razón desconfía del Estado y de los partidos políticos”.

Ese rechazo fundamentado, en la actualidad, parece encerrar una suerte de oxímoron: pedirle al Estado políticas públicas y leyes, pedirle que integre la agenda de género, pero después lapidarlo, no querer que las funcionarias feministas hagan —o intenten hacer— justamente lo que se les pide que hagan. “Somos millones de argentinos y argentinas que tenemos que convivir con las reglamentaciones y con las formas de vida que nos impone el Estado y la democracia. Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿nos vamos a quedar tirándole piedras a esa institución monstruosa o vamos a tratar de entenderla, de infiltrarla, de pensar estrategias?”, pregunta Agustina.

—Es muy difícil que esa disputa no suceda porque son diferencias históricas que sostienen el feminismo también y que lo hacen grande. Pero a mí me parecía interesante recuperar a esas feministas que tuvieron el privilegio, pero también el valor de ocupar los lugares de poder. Me parece importante plantear que las feministas políticas tenemos que tomar en serio esa tarea de generar un mejor Estado, pensar al Estado no como una utopía sino como una herramienta de transformación. Tomar en serio la tarea de generar política pública, de construir un programa político feminista, porque si no lo hacemos nos va a volver a pasar lo mismo que ya nos pasó, que es mejor que nada, pero podemos hacerlo mejor. Y para eso lo único que se me ocurre es seguir disputando dentro de las estructuras. La política autónoma callejera es otra cosa, pero si queremos sentarnos en la misma mesa donde se sientan los tipos que toman las decisiones políticas importantes para nuestros países o para nuestras ciudades, tenemos que seguir haciendo entrismo. Tenemos que seguir peleando por lugares dentro de las organizaciones, de los partidos políticos y de la sociedad civil. Tenemos que seguir defendiendo el feminismo. Y creo que este libro es una piedra lanzada para ver si esa conversación se arma.